(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)
Quiero subrayar unas palabras del cardenal Rouco en el discurso inaugural de la Plenaria el pasado lunes. No entro en el texto, bien cuajado y con un tono propositivo no desdeñable. Me detengo en una advertencia que hace el cardenal cuando comparte la preocupación, junto con la crisis, por “el deterioro de la convivencia serena y reconciliada que ya se ha logrado en la sociedad española”. El texto en cuestión dice: “Siempre es necesario vigilar para evitar de raíz actitudes, palabras, estrategias y todo lo que pudiera dar pábulo a las confrontaciones que puedan acabar siendo violentas”. Una gran lección de mesura y serenidad que a la Iglesia corresponde ofrecer como servicio a la sociedad. Es una lección que entra dentro de su misión reconciliadora. La misma Iglesia tiene que revisar hacia el interior de ella misma evitando posibles actitudes excluyentes que impidan una mayor riqueza en su seno. ¡Cuánta riqueza desperdiciada por soflamas acusatorias! Y evitando palabras que zahieran, que molesten, que insulten, que hagan volver la cara avergonzados de quien las pronuncia en nombre de la Iglesia. ¡Cuánta palabra hostil y cuánto lenguaje beligerante, de trinchera, con pólvora dialéctica, azuzando a la barricada contra el laicismo! Y hay que evitar estrategias de ostracismo, aniquilamiento, exclusión y solución final, como la que se quiere aplicar a ciertas formas de vida religiosa. ¡Cuánta estrategia alrededor de una manera de ver las cosas que se impone sobre otras muchas que la enriquecen! Las palabras del cardenal proponen una manera de vivir en una Iglesia y en una sociedad reconciliada y reconciliadora. Lenguaje propositivo. ¡Manos a la obra!
Publicado en el nº 2.638 de Vida Nueva (del 29 de noviembre al 5 de diciembre de 2008).