Adiós, Concilio Vaticano II, adiós

JOSÉ SÁNCHEZ HERRERO, correo electrónico | Querido director: en el número 2.784, he leído dos artículos que me han llamado la atención. El primero es su crónica Cuando el Concilio se vuelve tema obsoleto, y el segundo, Buscando el líder perdido, de Juan María Laboa. Quiero añadir algunas reflexiones, que abundan y desarrollan el mismo tema.

El Concilio Vaticano II fue un hecho de tal magnitud que, en mi opinión, significó un corte, un nuevo comienzo –aunque no fue dogmático– de la Historia de la Iglesia. Fue una bocanada de aire fresco, de libertad, de poner la doctrina y la práctica de la Iglesia en consonancia con el mundo en que vivimos. Apostó por ser más auténticamente cristianos y menos eclesiásticos y clericales. Propuso ser sencillos, interiores, pobres y actuales, hablando con las palabras de hoy para que todos nos entiendan, lejos de toda magia, superstición, oscurantismo, individualismo o intransigencia.

Hoy, las reformas del Vaticano II aún están ahí y difícilmente se podrá dar marcha atrás. Sin embargo, como constata en su ‘Crónica del Director’, algunos obispos, sacerdotes y laicos piensan que hay que interpretar de nuevo el Concilio, no tratándolo de leer conforme a lo que los Padres Conciliares quisieron afirmar, sino desde los Padres de la Iglesia, desde la continua corriente de la Tradición, desde el Concilio de Trento, desde…

Hace poco, en un programa de una televisión muy católica, se afirmó tajantemente que el Concilio fue convocado prematuramente y sin reflexión alguna, que sus documentos carecen de maduración y de ponderación, y que sus frutos han sido más bien nulos o perniciosos. Quien pronunció este juicio se quedó tranquilo y feliz, y ninguno de los presentes fue capaz de contestarle…

Es patente que la libertad nos hace daño, que preferimos ser esclavos de una ley que nos constriña y declare claramente lo que debemos hacer y lo que no. No queremos leer y comprender directamente la Palabra de Dios (que, en algunas ocasiones, es oscura) porque somos párvulos que necesitamos que el maestro nos deletree el mensaje del más humano de los hombres, Jesús de Nazaret.

No queremos comprenderlo todo; preferimos las palabras incomprensibles, en latín, por ejemplo (lengua que jamás hablaron Jesús ni la Iglesia de los primeros siglos). Necesitamos de alguien, superior a nosotros, que nos oriente… pero sin orientarnos, sin aclararnos, que nos diga palabras oscuras, incomprensibles, porque en su oscuridad es donde se encuentra la solución y la salvación.

Me quedo con la propuesta de Laboa. Necesitamos un líder, como el perdido Tarancón, abierto, humano, sencillo, comprensivo, amigo, que hable con palabras de hoy, que se refiera a los grandes y pequeños problemas con que nos encontramos cada día, que fume, lleve boina y coma con los amigos en el restaurante popular. Que sea nuestro amigo, un amigo cercano y comprensivo. Así fue Juan XXIII y así fue el Concilio que él convocó: un amigo cercano, claro y comprensivo.

En el nº 2.788 de Vida Nueva.

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