(Camilo Maccise–Mexicano, expresidente de la Unión de Superiores Generales) Un informe de las Naciones Unidas señala que para fines de este año 2008 la mitad de la población mundial residirá en ciudades. El fenómeno del urbanismo, además de los problemas que plantea desde muchos puntos de vista, presenta el desafío de aprender a experimentar a Dios en la ciudad. La experiencia cosmológica de Dios se da más fácilmente en la contemplación de la naturaleza y, por lo mismo, en la cultura agrícola. Es más fácil descubrir la huella de Dios en la belleza de la creación que en las ciudades. En éstas, lo primero que se ve es la mano del hombre, y sólo a través de una reflexión uno puede subir a la contemplación de un Dios que ha dado al ser humano tantas posibilidades para transformar el mundo.
El Documento de Aparecida puso de relieve la necesidad de una pastoral urbana que ayude a descubrir que Dios vive en la ciudad, “en medio de sus alegrías, anhelos y esperanzas, como también en sus dolores y sufrimientos”. La violencia, pobreza, individualismo y exclusión que se tienen en ellas “no pueden impedirnos que busquemos y contemplemos al Dios de la vida también en los ambientes urbanos”. En las ciudades podemos, con visión de fe, aprender a descubrir a Dios en los vínculos de fraternidad, solidaridad y universalidad que nunca faltan y en todo lo positivo que hay en ellas. Y, aunque parezca paradójico, presente también por ausencia en todo lo negativo que se vive y que nos interpela.
Se trata, en efecto, de una experiencia de Dios en la historia que nos compromete con ella para, como discípulos de Cristo anclados en esa presencia, poder levantar una voz profética que, respetando el pluralismo religioso y cultural de las urbes, recuerde las enseñanzas de Jesús y denuncie todo lo que se opone a ellas.