(Juan María Laboa– Profesor emérito de la Universidad Pontificia Comillas)
“Es una creación de la Iglesia y son los católicos quienes la dirigen, la sirven, la animan, pero no es la institución eclesial quien le da prestigio, sino que es Cáritas y, en general, la acción caritativa de los creyentes, la que prestigia a la Iglesia”
Las Cáritas parroquiales están abrumadas por casos dolorosos y situaciones límite que deben solucionar, por sufrimientos y miserias que exigen inmediata generosidad. No tienen medios suficientes, pero sus sacerdotes y laicos, desbordados, muestran una generosidad creativa y eficaz. Al mismo tiempo, las parroquias, situadas donde la marginación, la droga y el dolor abundan, son puntos de referencia y cohesión de sus habitantes. A estos liberados para la caridad les estimula la imposibilidad de su tarea. Junto a tanto testigo mudo que no ejerce, Cáritas acompaña y ayuda.
Cáritas es el más importante testigo de la Iglesia en nuestra sociedad. Un testigo, además, poco clerical, porque la mayoría de sus voluntarios son laicos: es el pueblo creyente que da su dinero, tiempo, disponibilidad y generosidad.
Es una institución respetada dirigida por una institución poco prestigiada. Paradojas del tiempo. Es una creación de la Iglesia y son los católicos quienes la dirigen, la sirven, la animan, pero no es la institución eclesial quien le da prestigio, sino que es Cáritas y, en general, la acción caritativa de los creyentes, la que prestigia a la Iglesia, aunque ésta dé confianza a cuantos apoyan a la organización solidaria y desinteresada.
Es una organización que gasta menos que casi todas las ONG en su estructura y en sus colaboradores, en gran parte, voluntarios. Es un buen exponente de la Iglesia samaritana, de esa comunidad creyente capaz de generar interés por los necesitados y de recaudar donativos, a menudo, fruto de las “pobres viudas” que ofrecen lo poco que tienen para personas que consideran más necesitadas que ellas.
Una vez más, el testimonio cristiano no es propio de los fariseos parlantes, sino de los samaritanos creyentes.
En el nº 2.639 de Vida Nueva.