JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“La noticia sería un doloroso latigazo si, primero, la convirtiésemos en noticia y, después, lograse traspasar nuestra conciencia, encerada con la gruesa capa de miedo que llevamos segregando desde que empezó esta Gran Recesión…”.
El Servicio Jesuita a Refugiados, en un desesperado comunicado emitido desde la República Democrática del Congo, advierte sobre la dramática situación de 20.000 desplazados en Kivu Norte, fruto del hostigamiento de grupos rebeldes que, en realidad, son una pandilla de salvajes rendidos al interés de multinacionales extranjeras en las riquezas naturales de la zona.
La noticia sería un doloroso latigazo si, primero, la convirtiésemos en noticia y, después, lograse traspasar nuestra conciencia, encerada con la gruesa capa de miedo que llevamos segregando desde que empezó esta Gran Recesión, con dosis redoblada cada viernes tras los consejos de ministros.
Violaciones, mutilaciones, barbarie… Nada nuevo en esos vomitorios del planeta que resista la actualización del viejo mantra del sálvase quien pueda, penúltima aportación del neoliberalismo más desvergonzado, ahora en el campo de las ciencias sociales.
¿Alguien cree posible encontrar hoy una noticia así abriendo los informativos? Lo único que puede lograr eso desde aquel continente es una maltrecha cadera real. Ya ni hay una comunidad internacional que se crea tal y que pueda, al menos, sonrojarse ante la incredulidad del jesuita que da la alarma: “Resulta casi imposible creer que, año tras año, se siga acabando con las vidas de la gente en el este del Congo”. Casi tan increíble como que no nos pille desprevenidos la anunciadísima hambruna que se cierne sobre el Sahel. Al tiempo…
Como endeble atenuante, la sociedad civil puede argüir que es víctima de la doctrina del shock, esa que explica el efecto paralizante sobre las conciencias por sobreexposición a esta economía del miedo. Pero, ¿y la Iglesia?
Ahí es más una modorra acomodaticia, esa burocratización de sus estructuras que denunció el Papa en Friburgo. Solo así se explica que se mire para otro lado ante la conculcación de derechos básicos y se ponga sordina a la movilización que reclama Benedicto XVI para luchar contra la pobreza y a su petición de que los Estados no aumenten las desigualdades con sus leyes.
En el nº 2.800 de Vida Nueva.