(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)
El Padrenuestro es la oración de los hijos unidos en fraternidad. Padre de todos y no sólo de quienes se lo apropian con patente exclusiva; de todos los hombres y mujeres que alzan sus manos cada día para decir ¡Abba, Padre! con las mismas palabras del Señor Jesús. El Padrenuestro es la oración que cada día repiten millones de personas confiadas en la misericordia entrañable del Padre que provee de pan y perdón a sus hijos mientras los sostiene para que no caigan en la tentación que les impide ser hermanos. Hay quienes al rezar el Padrenuestro sienten en su interior la grandeza de la gracia que los acaricia con bondad y, como gesto, abren sus manos agradecidas mientras lo recitan. Oí decir a un hombre de fe profunda, curtido en mil batallas dentro y fuera de la Iglesia, que desde niño acostumbraba a rezarlo al amanecer y antes de irse a la cama. Ahora, al llegar la noche, prefiere rezar el Credo, cerrando los ojos al decir: “Y en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica”. Credo y Padrenuestro jalonan su jornada. Rezar el Credo es renovar la fe en la Iglesia, comunión de fe, esperanza y amor; nunca comunión en caprichos ideológicos discutibles, filias o fobias enervantes y sectarismos extraños. Rezar el Credo es renovar la fe en una Iglesia samaritana, que sale al encuentro, cura, limpia, alimenta, aloja y abraza. Rezar el Credo es renovar la fe en una Iglesia con miserias, torpezas, desdenes, gestos altivos, dedos acusadores. Uno reza el Padrenuestro para sentirse Iglesia y reza el Credo para no dejar que cualquier cuadrilla de talibanes de cuño agresivo y excluyente te diga con prepotencia y altivez que creer en la Iglesia es creer en ellos y en sus desvaríos.
Publicado en el nº 2.640 de Vida Nueva (del 13 al 19 de diciembre de 2008).