(Vida Nueva) “Nos esforzamos por ser una Iglesia autóctona, pero nunca una Iglesia autónoma”. Así responde al interrogante que plantea el título de este post monseñor Felipe Arizmendi, el obispo de San Cristóbal de la Casas (México). Lo que no quiere decir que esta diócesis de Chiapas, al igual que otras muchas de Latinoamérica, renuncie a tener las particularidades de las etnias que conforman el territorio, pero siempre “en comunión con el Sucesor de Pedro, con los demás sucesores de los Apóstoles, que presiden las otras Iglesias locales, y con nuestras comunidades”. Las reflexiones de Arizmendi en torno a este tema, así como las de la religiosa Socorro Martínez, las encontramos en las páginas de Vida Nueva.
El prelado mexicano explica que, a pesar de las particularidades de las Iglesias autóctonas, “los obispos no podemos hacer lo que queramos en nuestras diócesis, como dueños o caciques, pues nos haríamos como una secta. Debemos conservar la unidad de la fe y de las normas universales, en comunión con el resto del Pueblo de Dios, con los demás obispos y con quien preside toda la Iglesia, el Papa”. Prueba de ello es que tras la Conferencia de Aparecida los purpurados de América Latina enviaron el texto que habían redactado al Pontífice para que hiciera la revisión necesaria.
Salvo algunas disconformidades, los obispos de estas Iglesias aceptaron el Documento de Aparecida, en el que consideran que “quedaron bien ‘paradas’ las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs)”. Entre las cuestiones que generan desacuerdo, Arizmendi cita que del documento original se suprimió la afirmación de que el diaconado permanente ha aumentado. Según él, “por más que hemos dicho que nosotros no alentamos la expectativa del sacerdocio para diáconos permanentes casados (…), en Roma se tiene este temor”.
Para la coordinadora de Amerindia-AL, la religiosa del Sagrado Corazón de Jesús, Socorro Martínez, el debate va aún más lejos del binomio Iglesia autóctona-autónoma. En su opinión, Aparecida puso de manifiesto, por distintas razones, los “obstáculos que las CEBs encuentran al interior de la Iglesia”. Estas comunidades –que Martínez define como la Iglesia en movimiento– no pretenden ser una Iglesia autónoma, “son un primer nivel en la estructuración eclesial, que las torna sumamente frágiles al estar en una posición muy indefensa, en la que dependen del agrado o rechazo del párroco”.
Asimismo asegura que quienes cuestionan la pertenencia de las CEBs a la Iglesia de Roma no son las propias comunidades, sino “otros cristianos que se preguntan si no tendrían que estar fuera de la estructuración eclesial”. Socorro Martínez afirma que estas comunidades, “por su proyecto de Reino, por su pobreza, por ser como flores sin defensa, ponen de manifiesto la distancia que la Iglesia en gran parte de su jerarquía, normas y estructuración, tiene del proyecto del Reino anunciado por Jesús”
Más información en el nº 2.595 de Vida Nueva (Enfoques, páginas 34 y 35).