JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Las calles españolas se adornan estos días para el Corpus. La estampa parece extraña en una sociedad cada vez más laica. Hay quienes, desde la indiferencia religiosa, ven pasar la custodia eucarística, como auténticos voyeurs.
Por las costuras de esta sociedad que busca lo ecléctico en el escenario público, asoma la trascendencia. Cada vez son más pequeños los recorridos y se va arrinconando la manifestación pública en favor de la fiesta cívica.
Un maratón popular, la fiesta del Orgullo Gay, la entrada de la selección española por la Gran Vía madrileña, la victorias futbolísticas en Cibeles o Neptuno, ocupan calles con frecuencia.
Este domingo, los cristianos salen a la calle cantando y rezando. No sé si muchos sabrán ver que, tras lo que pueda parecer un boato fuera del tiempo, se ocultan muchas manos samaritanas que acogen y recogen cada día a los más pobres en esas procesiones que, en el silencio, se celebran junto a la soledad, la enfermedad y la miseria.
Son otras procesiones del Corpus que recorren con unción las grandes avenidas del sufrimiento, alejadas del turismo. Una cosa no quita lo otro, aunque no debiera ocultarlo.
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En el nº 2.804 de Vida Nueva.