(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“Parece que porque la Constitución no obliga a nadie a manifestar sus creencias religiosas, como es lógico, se ha creado en España un clima extraño según el cual ni siquiera es de buen gusto ni políticamente correcto manifestarlas”
De Navidad parece que ya esté todo dicho. ¿Qué se podría añadir? Y, sin embargo, todavía queda mucho por decir, por hacer, por contar y por cantar. Es la aventura y cómo la locura de Dios entre los hombres, al cual un buen día de la eternidad se le ocurrió vestirse de hombre, como nosotros, para salvarnos con nosotros, con nuestra palabra y nuestra piel. Navidad es el comienzo de una caravana que todavía sigue por los caminos de la historia y en la que nosotros estamos embarcados, como aquellos pioneros de la conquista americana, buscando nuevos territorios. En Navidad comenzó la Encarnación de Dios, que continúa ahora entre nosotros, en nuestras propias manos, y no podemos callarla ni esconderla, sino gritarla y anunciarla con todas nuestras fuerzas. Parece que porque la Constitución no obliga a nadie a manifestar sus creencias religiosas, como es lógico, se ha creado en España un clima extraño según el cual ni siquiera es de buen gusto ni políticamente correcto manifestarlas, lo cual coincide con la tendencia del laicismo radical que pretenden ocupar los medios de comunicación social y los centros de poder de la administración.
Por el contrario, los cristianos en general debemos hacer pública nuestra fe en Cristo, con respeto y con amor, con paz y con paciencia, pero también con fortaleza y decisión. Un gran ejemplo recientemente dado por un protestante fue el de Obama, en su discurso de la noche de proclamación electoral, que terminó diciendo, con toda valentía y claridad: Dios os bendiga. Dios salve a América.
No quiero ni pensar el cacareo que se habría removido en la opinión pública española si el Rey Juan Carlos se atreviera a terminar un discurso en el Congreso diciendo: Que Dios os bendiga. Y más aún: Que Dios salve a España.
Todos los cristianos podemos seguir proclamando, con toda humildad y con toda convicción: Hermanos, es Navidad. Cristo vive y ha cambiado mi vida, ¡Aleluya!
En el nº 2.641 de Vida Nueva.