Un símbolo navideño en los balcones

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

Dudaba si hablar del simbolismo del Niño Jesús, de sus colgaduras en los balcones, de la ternura de su rostro rollizo o de su brillosa mirada ¡Hemos metido al Niño en la guerra de los símbolos! ¡Qué barbaridad! Sé que es más tierno adherirme a la campaña del símbolo en el balcón que apelar a la solidaridad en esta crisis inventada para refundar el sistema capitalista. No rehúso ni reivindicar el simbolismo religioso ni apelar a la sobria Navidad, aunque prefiero hablar de las caras de la pobreza infantil: ateridas, inocentes, ignoradas, blasfemas, escandalosas, indecentes y sacrílegas. Y vuelo a la cárcel de Alicante, a aquella celda insana de una posguerra de absoluciones previas al macabro rito de ojo por ojo. Allí esperaba la muerte Miguel Hernández mientras se lamentaba del hambre de su hijo: “La cebolla es escarcha cerrada y pobre. Escarcha de tus días y de mis noches. Hambre y cebolla, hielo negro y escarcha grande y redonda”. Retrato de una pobreza aún vigente, nanas de cebolla en las calles hoy . Frutos de mujeres zaheridas por la fuerza del macho; frutos de adolescentes entregadas al prostíbulo mafioso; frutos de inmigrantes, drogadictas, alcohólicas, ludópatas; frutos de familias rotas a las que no les llega el sueldo, la hipoteca las ahoga, la enfermedad las ata. No es una estampa del Southwark londinense de Dickens, ni de la Perspectiva Nevski del San Petersburgo de Gogol, ni de Les Halles en el París de Victor Hugo. Sólo hay que alzar la mirada y ver cómo, junto al balcón del que cuelga la tierna figura del Niño Jesús, se abren gélidas sonrisas de niños agazapados tras los cristales con esa hambre de cebolla tras la escarcha de indiferencia.

Publicado en el nº 2.641 de Vida Nueva (Número doble: del 20 al 31 de diciembre de 2008).

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