(Ángel Moreno, de Buenafuente) He visto con mis propios ojos las calles de Jerusalén abarrotadas de peregrinos, algo que no sucedía en los últimos veinte años. Nunca he tenido que guardar tanta cola para venerar los lugares santos de Belén. En la espera, al despedirme del lugar del Calvario, escuché a un guía de otro grupo: “Es impresionante ver, después de tantos años de represión religiosa, a miles de rusos venir a Tierra Santa“. Me dieron el dato de que cada día llegan, desde el Golfo de Akaba, cuarenta autobuses de peregrinos rusos.
Yo mismo he oído contar al P. Artemio, vicecustodio de los Lugares Santos, cómo el día ocho, del ocho, de dos mil ocho, fecha en la que se inauguraron las Olimpiadas en Pekín, por la Vía Dolorosa se rezaba por primera vez en chino el Vía Crucis, y pocos días después, al constatar la afluencia de peregrinos ortodoxos de la antigua Unión Soviética, que se unieron a los franciscanos a lo largo de las estaciones, el mismo P. Artemio invitó a un religioso joven, originario de aquellos países, a que dirigiera el rezo en lengua rusa, y aconteció que los peregrinos se encontraban como en su casa.
En el nº 2.641 de Vida Nueva.