PASCAL N’KOUÉ, arzobispo de Parakou (Benín) | De un lado y de otro de África y Europa se oyen quejas de sacerdotes africanos que se encuentran en Europa y que se eternizan allí. “Europa nos está robando a nuestros curas”, dicen algunos obispos africanos. “Hay demasiados curas negros entre nosotros”, dicen algunos europeos. “¿Por qué no quieren volverse a África, donde hay más necesidades?”. [¿Sacerdotes africanos en Europa? – Extracto]
Vamos a leer con serenidad estos extractos de los discursos del papa Benedicto XVI a los benineses, y a los africanos en general, pronunciados entre el 18 y el 20 de noviembre de 2011 en Cotonou: “De ninguna manera puede la Iglesia limitarse a una pastoral de mantenimiento al servicio de los que ya conocen el Evangelio de Cristo. El ímpetu misionero es un signo claro de la madurez de una comunidad eclesial” (cfr. Verbum Domini nº 95).
“La Iglesia tiene que dirigirse a todos. Y yo os animo a continuar vuestro esfuerzo con vistas a compartir vuestro personal misionero con las diócesis más desprovistas, tanto si es en vuestro propio país, como si es en otros países de África o en otros continentes más lejanos”.
Nada de esto será posible si no ponemos a Cristo en el centro de nuestras vidas, como lo hicieron los misioneros venidos de Europa o de otros sitios para evangelizarnos. El Cristo que es necesario anunciar es el Cristo crucificado y resucitado, y no solamente el Cristo de la multiplicación de los panes y de los milagros.
Sin hipocresías
En lo que toca a los sacerdotes africanos en Europa, es necesario abordar el problema con serenidad y sin hipocresía. Muchos presbyteria y muchas iglesias de Europa están vacíos. La penuria es real. Y todos nosotros sufrimos al constatarlo. Verdaderamente es el tiempo de las vacas flacas. De una inmensa necesidad de sacerdotes. Y poco importa si vienen de África.
Gracias a Dios, los seglares europeos quieren a los curas africanos o se encariñan fácilmente con ellos, sobre todo cuando estos les muestran su proximidad para con todos, o mayor disponibilidad para ponerse a escuchar sus problemas, o también porque sus celebraciones son más fervorosas y sus homilías menos cerebrales. Así que va a hacer falta distinguir diferentes categorías. Yo voy a enumerar cuatro:
– En primer lugar, está el grupo de aquellos sacerdotes africanos que van a Europa para proseguir allí sus estudios, tanto en materias profanas como eclesiásticas, estudios de los que tenemos necesidad en nuestras instituciones de formación: seminarios, institutos religiosos, universidades, etc. Si tuviéramos todos esos espacios de formación en casa, no sentiríamos tanto la necesidad de enviarlos fuera. Aun cuando intercambios en un marco intercultural nunca son inútiles.
El problema de la presencia de
sacerdotes africanos en Occidente
debe ser pensado dentro de una
pastoral de la acción misionera
y no dentro de una lógica patriotera.
– Después vienen los sacerdotes que se marchan a Europa como fidei donum por un tiempo limitado, dentro de un marco de cooperación interdiocesana. Esta segunda categoría queda muy mal definida si no existe un verdadero hermanamiento o convenio de cooperación entre las diócesis.
Esa indefinición, tanto si es en las actitudes de los pastores africanos que envían, como si es en los pastores europeos que reciben, no es nada buena para el bienestar y el “bien ser”, tanto humanos y psicológicos como espirituales del sacerdote. Hacen falta reglas claras para que la cooperación sea sana. El sacerdote fidei donum tendría que ser enviado oficialmente a su misión por toda la Iglesia diocesana. Si eso falta, algunos curas pueden caer en el arreglárselas como puedan.
Ni cabe tampoco excluir que algunos puedan acabar cogiéndole gusto a una conducta poco honrada. Lo cual salpica negativamente el buen nombre de todos los demás. En todo caso, y hágase lo que se haga, se escuchan frecuentemente expresiones hirientes del tipo: “¿Y cuándo se marcha usted de vuelta a su país?”.
– Existen también aquellos que logran hacerse incardinar para siempre en una diócesis europea, y que son una minoría. Yo supongo que un acto jurídico de tal seriedad se hará respetando las normas vigentes a este efecto.
– Finalmente, es posible que haya algunos francotiradores, clandestinos, desertores, por no llamarles delincuentes, o más sencillamente embaucadores, que han huido de su diócesis por motivos diversos. Haría falta ver dónde se encuentran, y descifrar y diagnosticar sus verdaderos problemas. Verificar lo que están haciendo allá y, sobre todo, quién está utilizando su servicio.
Porque su presencia y su permanencia allí beneficia ciertamente a alguien. Ya que sin la complicidad de los occidentales, le es completamente imposible a un cura africano ejercer allí tranquilamente su ministerio sacerdotal. Así que, a menudo, las culpas se reparten por ambas partes. Y hay que tener la honradez de reconocerlo. La emigración seleccionada se aplica también a los curas africanos. Con lo cual, y desgraciadamente, es África una vez más la que pierde a sus hijos más dinámicos.
Pastoral de la acción misionera
En todos los casos, el problema de la presencia de sacerdotes africanos en Occidente debe ser pensado dentro de una pastoral de la acción misionera y no dentro de una lógica patriotera. La Iglesia viene de Dios. La misión de Jesucristo no puede canalizarse a través de fronteras geográficas, que, por lo demás, la misma historia hace evolucionar.
Pedro y Pablo eran judíos bajo la dominación del Imperio Romano. Lo cual no les impidió ir a “misionar” muy pronto a casa de sus dominadores, en Roma, Caput mundi. Por supuesto, las tierras de Israel tenían aún necesidad de ser evangelizadas. Y ellos no fueron a Roma para mendigar su sustento, sino para anunciar la Buena Noticia de la salvación.
La misión es la de Jesucristo, que envía a todos a todas partes. Y es algo urgente. La cuestión de pedagogía que implica esto se encuentra en el corazón mismo del Evangelio. Pero eso es ya otro asunto. Lo que hace falta sobre todo es evitar el encerrarse en ideologías estrechas que son antievangélicas.
Mucha razón tiene el Papa cuando nos dice: “No tengáis miedo de suscitar vocaciones misioneras de sacerdotes, de religiosos y religiosas o de seglares”. Y añade: “Os invito a que tengáis esta preocupación por la evangelización tanto en vuestro propio país como entre los pueblos de vuestro continente y los del mundo entero” (Homilía del 20 de noviembre en Cotonú).
Problemas en ambos lados
Que los sacerdotes africanos estén como misioneros en Europa, en América o en Oceanía Dios ve que es bueno. Pero no negamos que ello crea problemas de un lado y de otro. Del lado europeo, quizás hay miedo a que los curas africanos, en general muy apreciados por los seglares, les quiten el sitio a los curas europeos; estos pueden tener miedo de compartir las responsabilidades con los nuestros, miedo incluso a que les falte económicamente aun lo más esencial: al menos esto es lo que parece.
La Iglesia que no es misionera
se parece a una asociación puramente humana,
preocupada en exceso de sus solos
intereses materiales: se marchita y muere,
falta del soplo que viene de arriba.
Ahora bien, el miedo es mal consejero. Y entonces se nos humilla. Se nos compara a los inmigrantes indeseables, a los sin papeles que no tienen para comer en sus países, y, en el mejor de los casos, se nos trata como si fuésemos aún menores, o gente de segunda categoría.
Hay desprecio hacia nosotros. No nos ocultemos la verdad. Yo mismo he tenido que sufrir verdaderas afrentas en cierta Curia diocesana porque se creyeron que iba a mendigar un poco de dinero.
Pero tampoco exageremos. En general, se nos recibe bien, sobre todo por los seglares y por los curas europeos que aman a los pobres y a los extranjeros, o que ya conocen África por haber vivido en ella o haberla visitado.
Del lado africano, esas marchas hacia Europa no son siempre verdaderos envíos misioneros. Las intenciones no son siempre muy claras. Esos envíos tienen que espiritualizarse, y tienen también que reglamentarse mucho mejor. Hace falta que se formalice algo que obedece al empuje del Espíritu de Pentecostés.
Cuanto más se da, más se recibe. “Habéis recibido gratis, dadlo gratis”. Cristo elogia a la viuda que había dado de su propia pobreza. Esto puede valer también para los africanos, pobres en sacerdotes todavía, y sin embargo movidos a la generosidad. Nadie tiene el derecho de impedirnos ser misioneros.
Yo exhorto a todo el mundo a no minimizar la parte de la gracia divina que puede corresponder al hombre africano: lo contrario sería juzgarlo subrepticiamente como incapaz e indigno de llegar a ser misionero. Digno, nadie lo es: “Cuando yo soy débil, entonces es cuando soy fuerte”. Todos necesitan de la fuerza de lo alto. Por lo tanto, nada de sutil discriminación.
África no se va a quedar vacía de sacerdotes porque ella sea generosa. Este temor de algunos europeos no se justifica. Y en todo caso, la Iglesia que no es misionera se parece a una asociación puramente humana, preocupada en exceso de sus solos intereses materiales: se marchita y muere, falta de dimensión vertical, falta del soplo que viene de arriba, del entusiasmo y del florecimiento que solo el Espíritu de verdad y de amor puede dar.
Una pequeña prueba: los institutos religiosos europeos que no hicieron el sacrificio de ir a la misión, o, más exactamente, que no obedecieron al soplo misionero del Espíritu, son los que más se encuentran hoy cruelmente faltos de vocaciones. Sin comentarios. Y pasemos rápidamente la página para que nadie se sienta herido.
Como conclusión, ¿qué decir de los curas africanos en misión? Francamente, hay que decir que es una buena cosa, con tal de que sea según el espíritu de Jesús, de los apóstoles y de la Iglesia. ¡Ay de los africanos si dejan de ser misioneros en África y en el mundo entero!
En el nº 2.812 de Vida Nueva.
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