Domingo 16 de septiembre de 2012
Santidad, Beatitud, venerados patriarcas, queridos hermanos en el episcopado, queridos representantes de las Iglesias y Comunidades protestantes, queridos hermanos
Con gozo me encuentro entre vosotros, en este monasterio de Notre Dame de la Délivrance de Charfet, lugar de la Iglesia siríaca católica significativo para el Líbano y todo el Oriente Medio. Agradezco a Su Beatitud Ignace Youssef Younan, Patriarca de Antioquía de los Siro-católicos, sus calurosas palabras de bienvenida. Saludo fraternalmente a cada uno de vosotros, que representáis la diversidad de la Iglesia en Oriente, y en particular a Su Beatitud Ignace IV Hazim, Patriarca Greco-ortodoxo de Antioquía y de todo el Oriente y a Su Santidad Mar Ignatius I Zakke Iwas, Patriarca de la Iglesia Siro-ortodoxa de Antioquía y de todo el Oriente. Vuestra gozosa presencia realza este encuentro. Les agradezco de corazón que estén entre nosotros. Mi pensamiento se dirige también a la Iglesia copta ortodoxa de Egipto y a la Iglesia etíope ortodoxa, que han sufrido la pérdida de su Patriarca. Les aseguro mi fraterna cercanía y oración.
Permitidme rendir homenaje al testimonio de fe que la Iglesia Siríaca de Antioquía ha ofrecido a lo largo de su gloriosa historia, testimonio de un amor ardiente a Cristo, que le ha permitido escribir, hasta el día de hoy, páginas heroicas a causa de su fidelidad a la fe hasta el martirio. La animo a ser para todos los pueblos de la región un signo de la paz que viene de Dios y una luz que enciende su esperanza. Extiendo estas palabras de aliento a todas las Iglesias y Comunidades eclesiales presentes en esta región.
Queridos hermanos, nuestro encuentro de esta tarde es un signo elocuente de nuestro deseo profundo de responder a la llamada del Señor Jesús, “que todos sean uno” (Jn 17,21). En estos tiempos inestables y proclives a la violencia, que experimenta vuestra región, es todavía más urgente que los discípulos de Cristo den un testimonio auténtico de su unidad, para que el mundo crea en su mensaje de amor, paz y reconciliación. Es un mensaje que todos los cristianos, y nosotros en particular, tenemos la misión de transmitir al mundo, y que adquiere un valor inestimable en el contexto actual de Oriente Medio.
Trabajemos sin descanso para que nuestro amor por Cristo nos conduzca paso a paso hacia la plena comunión entre nosotros. Para ello, debemos, por la oración y el compromiso común, volver sin cesar a nuestro único Señor y Salvador. Pues, como he escrito en la exhortación apostólica Ecclesia in Medio Oriente, que he tenido el gozo de entregaros, “Jesús une a quienes creen en él y le aman, entregándoles el Espíritu de su Padre, así como el de María, su madre” (n. 15).
Confío a la Virgen María cada uno de vosotros, así como los miembros de vuestras Iglesias y comunidades. Que ella suplique por nosotros ante su Divino Hijo, para que nos veamos libres de todo mal y violencia y para que esta región de Oriente Medio conozca al fin el tiempo de la reconciliación y la paz. Que las palabras de Jesús que he citado con frecuencia en este viaje, (Mi paz os doy) (Jn 14,27), sean para todos nosotros el signo común que daremos en el nombre de Cristo a los pueblos de esta amada región, que anhela con impaciencia la realización de este anuncio. Gracias.
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