FRANCESC TORRALBA | Filósofo
“La muerte de Carlo Maria Martini nos ha dejado un poco más huérfanos. Se ha ido un humanista integral, un hombre de Dios, un agudo intérprete de nuestra realidad histórica…”.
La muerte de Carlo Maria Martini nos ha dejado un poco más huérfanos. Se ha ido un humanista integral, un hombre de Dios, un agudo intérprete de nuestra realidad histórica.
En los últimos meses, comentaristas y analistas de toda Europa han destacado distintas facetas del que fuera cardenal y arzobispo de Milán. No solo han hecho hincapié en su mentalidad aperturista y sintónica con la modernidad, sino también en su capacidad de interpretación de la Biblia, capacidad que le valió un reconocimiento internacional como hermeneuta.
En la misma diócesis de Milán fue promotor de la Escuela de la Palabra para ayudar a los jóvenes a acercarse a la Sagrada Escritura con el método de la lectio divina y fue, asimismo, impulsor de la “Cátedra de los No Creyentes”, donde dialogaban intelectuales laicos y hombres de fe sobre temas de candente actualidad y de religión. Esta iniciativa, que me parece profética, debería poder instaurarse, con normalidad, en otras diócesis de Europa.
En 2008, se publicó La audacia de la pasión (Khaf), un texto breve y bello, donde Carlo Maria Martini comenta textos bíblicos en diálogo con pensadores contemporáneos. Dos ideas deseo destacar de este libro que, a mi modo de ver, resumen el pensamiento creativo e innovador de Carlo Maria Martini, su mejor herencia: la libertad de la fe y la esperanza contra todo escepticismo.
“Me fío de Dios, que me promete
su felicidad que no puedo imaginar.
Sé que volveré a encontrar
lo que he dejado aquí”.
Se pregunta el cardenal de Milán en este texto: “¿Dónde estaría la libertad si las grandes opciones del hombre –en particular éticas y existenciales que exigen la implicación de la persona, el valor de algún sacrificio– fueran tan evidentes como que dos y dos son cuatro, de modo que te obligue a aceptar una única solución? No seguir una evidencia sería una locura y así la libertad estaría ausente”.
La fe, tal y como la concibe Carlo Maria Martini citando a Karl Rahner, es un acto libre, un acto de la voluntad que se edifica sobre un dato no evidente. La evidencia es lo que es claro y distinto por sí mismo, de tal modo que todos, absolutamente todos, asumen como verdad.
Las afirmaciones de fe son, a lo sumo, razonables, creíbles, pero exigen un acto de la voluntad, un asentimiento del corazón. Presentar los contenidos de fe como una evidencia es extralimitarse, pero presentar las afirmaciones del credo de Nicea como una retahíla de afirmaciones irracionales es, también, extralimitarse.
La fe es razonable. Escribe el heredero de san Ambrosio en la diócesis de Milán: “Porque es infinito el respeto de Dios por la libertad humana: los contenidos de la fe no se imponen con la evidencia de los objetos materiales –una mesa, una botella, una persona–, para los que tan solo es necesario contar con su presencia. La fe presenta motivos de credibilidad, a los que después uno debe decidir adherirse”.
Otro elemento clave en las homilías y en los escritos pastorales de Carlo Maria Martini es la defensa de la virtud teologal de la esperanza. En diálogo con Ernst Bloch, el filósofo marxista heterodoxo, Martini afirma que, “sin esta esperanza, la vida se hace prácticamente imposible, porque se desconfía de todo, se tiene miedo de todo, se quiere verificar todo”. Por ello, llega a afirmar que “la fe es siempre, y en cualquier caso, necesaria para vivir”.
Respecto a su propia muerte, Carlo Maria Martini nos dejó escrito un bello testimonio: “Espero bienes que no sé cómo imaginar y confío en que todo cuanto estoy haciendo valga la pena. No lo sé describir, como se describiría un paraíso islámico; podría casi pensar que tal vez me aburra. En cambio, me fío de Dios, que me promete su felicidad que no puedo imaginar, y tengo la certeza de que los sufrimientos de este tiempo presente, como dice san Pablo, no son compatibles con la gloria que se manifestará. Sé que el Señor me dará el ciento por uno y que volveré a encontrar todo lo que he dejado aquí”.
Más claro, imposible. Y, a pesar de ello, tan oscuro.
En el nº 2.819 de Vida Nueva.
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