JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“¿Con quién estaría Jesús?, se preguntaban. Y allá se fueron, con sus pancartas y manifiestos para llamar la atención sobre ese drama social, aunque pastores ha habido que menospreciaron esos métodos…”.
Ahora que nos felicitamos de que los partidos políticos se pongan de acuerdo –tres suicidios después– para parar los desahucios, es bueno recordar que esa medida se debe, fundamentalmente, a la presión ejercida por lo que fue el movimiento del 15-M, ya saben, ese conglomerado social que algunos etiquetaron simplonamente de perroflautas. Suyas fueron las primeras iniciativas para personarse en domicilios que iban a ser desalojados.
Justo es también reconocer –ahora que todos han caído en la cuenta de que era una barbaridad la que se estaba cometiendo en nombre de la ley, que no de la justicia– que en esa oleada de indignación contra los desahucios participaron, de palabra y obra, muchos curas, religiosos, religiosas y laicos.
¿Con quién estaría Jesús?, se preguntaban. Y allá se fueron, con sus pancartas y manifiestos para llamar la atención sobre ese drama social, recibidos por muchos con aplausos, aunque pastores ha habido que menospreciaron esos métodos y se desvincularon públicamente de ellos.
Hoy tienen motivos para sentirse satisfechos. Frente a la incomprensión, al miedo de otros, que temían que se pusiese en afirmativo el título de aquella carta pastoral de 1971 titulada La Iglesia no crea los problemas cuando los denuncia, siguieron adelante con la certidumbre de que quien realmente guía su proceder estaría a su lado, acompañando a las familias que se aferran a cuatro paredes que, además de una hipoteca, constituían su hogar, el recinto más sagrado de una familia; o movilizándose contra el desempleo, por un trabajo digno, que les permita crear un hogar, tener hijos, educarlos y amarlos… El menosprecio no los amilanó. Siguen a quien fue profundamente despreciado.
Y ahí están, en la brecha, porque España bate récords de pobreza y paro en Europa y, con la excusa de la crisis, se está desguazando el Estado de bienestar –como la sanidad– para entregarlo a empresas privadas.
La vida sí va a tener precio, y a ellos, a toda la Iglesia–también a los obispos–, les corresponde salir a defenderla. De palabra, obra y respaldando a sus consagrados más comprometidos con la causa de la dignidad, el único lenguaje universalmente conocido.
En el nº 2.824 de Vida Nueva.
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