FRANCISCO JUAN MARTÍNEZ ROJAS | Deán de la Catedral de Jaén y delegado diocesano de Patrimonio Cultural
“Una sociedad madura es la que favorece una cultura ética que persigue realmente el bien común…”.
En el Imperio romano, cuando el Senado consideraba a una persona enemiga del Estado, decretaba que se eliminase todo cuanto recordara al denostado reo, y así, se destruían sus estatuas, se transformaban sus monumentos y su nombre era cancelado de las inscripciones epigráficas.
Este procedimiento llega hasta nuestros días; basta recordar el jocoso baile de traslado y almacenamiento de estatuas y el cambio de nombres del callejero que en los últimos siglos se han sucedido en nuestro país al socaire de cambios políticos y leyes como la Memoria Histórica.
En su origen, la damnatio memoriae representaba un imposible: el deseo de cancelar un trozo de historia. Los acontecimientos son los que son, y por no mencionarlos o intentar borrarlos no se podrá echar atrás el reloj del tiempo para reescribir las páginas de la historia que no gustan.
Mejor y más sensato es inspirarse en los errores del pasado para mejorar el presente y preparar un futuro libre de las lacras políticas, sociales y económicas, que parecen haber encontrado su paraíso ideal en la España de nuestro tiempo.
Una sociedad madura es la que favorece una cultura ética que persigue realmente el bien común, y es capaz de hacer llegar sus reivindicaciones al poder político, controlándolo con los cauces establecidos por la ley, y si estos no existen, creando dichos cauces para poder responder a la pregunta del escritor latino Juvenal, “¿quién vigila a los que vigilan?”: la sociedad en su conjunto.
En el nº 2.836 de Vida Nueva.