El Papa teólogo

papa Benedicto XVI firma documentos

ÁNGEL CORDOVILLA, profesor de la Universidad Pontificia Comillas | La obra de Joseph Ratzinger y el magisterio de Benedicto XVI, mirados con una cierta perspectiva, están en una profunda relación. Es evidente que su función y su peso en la vida de la Iglesia no están en el mismo orden, sin embargo, ambos forman un díptico inseparable.

¿Cuál ha sido el corazón de la teología de Ratzinger que ha aflorado después, cuando ha tenido que realizar el servicio del ministerio petrino? Mirar al centro, al Dios que es Amor manifestado en la persona de Cristo y entregado en el aliento del Espíritu como esperanza absoluta para el mundo.

La teología del papa Ratzinger es, en primer lugar, una teología fundamental desde la que nos invita a aprender de nuevo a “mirar”. ¿Cómo ha de situarse el hombre moderno ante el misterio de Dios? Su disposición básica no puede consistir en querer poseer y dominar a Dios desde el horizonte de su vida, ni desde una razón alicorta y un mundo achantado que no le deja espacio real, ni desde unas estructuras eclesiásticas y teologías de corto alcance centradas en el fondo en cómo repartir el poder mundano-eclesial.

El acto de mirar significa volverse gratuita y decididamente hacia el Señor (conversi ad Dominum). Todo comienza por este encuentro en el que el Dios de Jesucristo tiene totalmente la iniciativa y todo se juega en mantener la relación viva y constante con Él.

El corazón de la teología de Ratzinger ha sido
mirar al centro, al Dios que es Amor
manifestado en la persona de Cristo
y entregado en el aliento del Espíritu
como esperanza absoluta para el mundo.

Desde esta actitud fundamental, en segundo lugar, ha tratado de mostrar desde la revelación bíblica y la tradición eclesial quién es ese Dios personal digno de la fe del hombre (Deus caritas est). Él no es un enigma indescifrable ni una energía vital. Dios es Palabra (Logos) y Espíritu (Agape), que asumiendo y purificando el impulso fundamental de los seres humanos (eros), se ha revelado como amor incondicional y se entrega como caridad para el mundo en el sacramento de la Eucaristía (Sacramentum caritatis).

Este movimiento descendente y kenótico del amor de Dios pide ser correspondido por el hombre desde el amor vivido en la verdad como fundamento del orden moral y principio de una sociedad más justa (Caritas in veritate). Este amor de Dios engendra la esperanza en el mundo y, por esta razón, sin él, el mundo la pierde (Spe salvi).

Tanto el amor como la esperanza nos es comunicada hoy en la Sagrada Escritura, acogida e interpretada no solo como texto histórico y cultural, sino como Palabra del Señor (Verbum Domini). El amor y la esperanza nos conducen finalmente a la fe. Siendo consciente de la profunda crisis de fe en la que vivimos los hombres en el mundo actual, el Papa teólogo nos ha pedido volver nuestra mirada a esa virtud teologal que es la base y el fundamento del ser cristiano, desde la que tenemos que comprender la misión crucial de la Iglesia en este nuevo tiempo que nos toca vivir como una nueva evangelización para la trasmisión de la fe.

La teología de Ratzinger y el magisterio de Benedicto XVI han sido una constante invitación a ir a la raíz y a la base de la vida cristiana, no solo a sus consecuencias éticas, políticas, culturales y sociales, que desde luego tienen su relevancia, pero no son decisivas. Porque lo que hoy está en juego en la vida de la Iglesia no es solo una determinada reforma que adecúe sus estructuras al sentir de los tiempos modernos, por otro lado siempre necesaria y pendiente, sino la pretensión de verdad del cristianismo.

La cuestión es si el cristianismo,
en su totalidad y en su esencia,
se sostiene o no en el nuevo mundo
posmoderno en el que vivimos.

La cuestión no es solo esta o aquella dimensión particular del cristianismo, sino si este, en su totalidad y en su esencia, se sostiene o no en el nuevo mundo posmoderno en el que vivimos. No obstante, la teología de Benedicto XVI no sitúa estas dos perspectivas en contradicción y en alternativa, sino en una determinada jerarquía.

Primero es la cuestión de la fe y verdad del cristianismo en una situación cultural que podemos caracterizar como cambio de época. Lo segundo es la necesidad de la reforma de las estructuras eclesiales a esta nueva situación cultural, eminentemente evangelizadora, más aun, misionera.

Desde aquí se entiende que haya querido conducir a la Iglesia a un Año de la fe y a celebrar un Sínodo universal sobre la nueva evangelización. ¿No tendríamos que entender desde aquí su última lección magisterial como Papa y como teólogo en su renuncia al frente de la nave de la Iglesia?

Solo Dios es el Señor de la Iglesia y del mundo (coram Deo) y esta Iglesia incardinada en el mundo actual (in mundo nostri) ha de estar totalmente orientada en sus fuerzas espirituales y corporales hacia su única misión: el anuncio del Evangelio de Jesucristo, buena noticia y palabra de verdad para todos los hombres.

En el nº 2.838 de Vida Nueva.

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