ÁLVARO POMBO, Real Academia Española | ¡Por fin, tras el cutrerío de todo un otoño y todo un invierno de escándalos políticos y de mediocridad atosigante, una nota de seriedad espiritual en las noticias de España y del mundo: el anciano Sumo Pontífice, de 85 años de edad, renuncia al poder temporal, se retira de la escena mundial e ingresa en el reino del espíritu!
Esta decisión cambia de signo todo su pontificado, tan discutible a veces, y confirma el carácter espiritual y supratemporal de la vocación religiosa de un Pontífice y del cristiano. Esta es una gran noticia para cualquiera, creyente o agnóstico, que siga con inteligencia el destino espiritual de nuestro tiempo.
Escribí lo anterior el domingo 17 de febrero en nota a pie de página de un escrito mío sobre la experiencia religiosa cristiana. Lo escribí para celebrar la renuncia del papa Benedicto XVI.
Frente a la insensata papolatría,
Benedicto XVI recuerda a su Iglesia
que el Papa es un siervo de los siervos de Dios
y que la única figura central
de la Iglesia católica es Cristo mismo.
El interés espiritual de este acto novedoso e insólito en la historia de la Iglesia entronca con lo que Nicolai Hartmann llama “el problema del ser espiritual”: que Benedicto XVI, que es un Papa respetuoso de la tradición de la Iglesia católica y que ha funcionado siempre dentro de esa tradición, ahora cree tradición, cree futuro tradicional, es un acontecimiento histórico de máxima importancia.
Reidentifica y reinterpreta la figura del Sumo Pontífice, tan absurdamente malentendida por los propios católicos.
Frente a la insensata papolatría, Benedicto XVI recuerda a su Iglesia –y nos recuerda a todos, creyentes o no–, que el Papa es un siervo de los siervos de Dios y que la única figura central de la Iglesia católica es Cristo mismo.
En el nº 2.838 de Vida Nueva.