(Amadeo Rodríguez Magro- Obispo de Plasencia) Con frecuencia se especula en algunos medios y ambientes con las relaciones entre los obispos españoles y los religiosos. Al hilo de ciertas discrepancias puntuales, son bastantes los que piensan que entre obispos y consagrados hay desencuentro y falta de afecto mutuo. Pues bien, sin negar que pueda haber asuntos y planteamientos en los que se discrepa, niego absolutamente la conclusión a la que llegan.
Para conocer cómo son las “mutuas relaciones” reales de los obispos con los consagrados, se debería mirar hacia las Iglesias locales. Se vería entonces que, en general, son siempre de aprecio y diálogo. Y lo son por la ejemplar y generosa inserción de los religiosos en las diócesis y porque los obispos, por su parte, valoran y agradecen no sólo la labor sino también el peso específico que los consagrados le dan a la realidad diocesana. Si algo les duele a los obispos es que, por falta de vocaciones, los religiosos van cerrando casas y, por tanto, perdiendo presencia.
En al ámbito de las diócesis, el reconocimiento episcopal hacia los religiosos es siempre cercano; es para cada persona, para cada instituto, y es para cada una de las obras que llevan a cabo, entre las que se cuenta con especial aprecio la oración por la Iglesia diocesana de los contemplativos y contemplativas. Con singular estima y agradecimiento siguen la importante tarea de los que se dedican a la enseñanza, agrupados en FERE; institución a la que, por cierto, hay que felicitar por su cumpleaños. Los obispos, como no puede ser de otro modo, valoran y apoyan la labor educativa y evangelizadora de los religiosos, conscientes además, de que lo hacen en tiempos de especial dificultad, en los que en cada decisión se arriesga mucho el bien de la Iglesia y el de la misma escuela católica.