(Nicolás Castellanos Franco– Obispo emérito de Palencia) En febrero bajé al infierno de las aguas revueltas del río Mamoré, que había invadido y sepultado el departamento del Beni.
Creía que la “Bolivia Profunda”, excluida y empobrecida, humana y hospitalaria, inhiesta y postrada, terminaba en las arenas del Plan 3000, en el Potosí esquilmado o en el fuego y esplendor ecológico del Bajo Paraguá; sin embargo, se alarga hasta el Beni, sumergido en las turbias aguas del Mamoré.
Días de infierno, tragedia, soledad, sin viviendas, alimentos, animales, sembradíos, sin agua potable: un espectáculo dantesco. Con el sacerdote de la zona, Maximiliano Noe, y el director general del proyecto Hombres Nuevos, Alfredo Soliz, visitamos algunas comunidades a las que no habían llegado los recursos de la cooperación internacional ni del Gobierno; sólo la ayuda del sacerdote. Vivían sobre el agua encima de unas tablas improvisadas.
Sobre su cabeza, la pesada losa de haberlo perdido todo y la amenaza de qué van a vivir los próximos meses, hasta que siembren y vuelvan a cosechar.
Sólo humaniza, suaviza el drama humano de estos héroes anónimos la sonrisa de los niños, ajenos a tanto dolor, o el coraje de Soledad, en Santa Rosa del Paraíso, sola sobre las aguas en un templete de madera, esperando que retorne su mama con huevos de cuyabo para poder almorzar.
Surge espontánea una pregunta: ¿por qué los niños del Sur carecen de todo y siguen sonriendo? ¿No podría esta sonrisa arrancar una sonrisa de solidaridad de los niños del Norte, para compartir 40.000 euros con estas 300 familias, que no tienen los próximos meses ni un “pancito” o bocado de pan?
Dejemos que los niños del Sur y del Norte nos enseñen a conjugar el verbo COMPARTIR y agarrar sus manos para dibujar la gran cadena de la Fraternidad Universal, que no excluye a nadie y mete a todos en el corro.
La tragedia del Beni, bajo la mirada samaritana, si se comparte, abre caminos nuevos de humanidad.
Dime lo que sueñas y te diré lo que eres.