MANUEL CORTÉS, superior general de la Compañía de María |
En un primer momento, la noticia de la elección del cardenal Bergoglio me produjo una sensación de agradable sorpresa por tratarse de alguien cercano. No lo conozco personalmente, pero sé que él nos conoce bien a los marianistas. Baste recordar, como botón de muestra, su apoyo y su ayuda en todo el proyecto y la reciente implantación de Vida Nueva en Argentina.
Cuando la primera sensación dio lugar a la reflexión, la agradable sorpresa se me convirtió en un profundo sentimiento de esperanza. Su elección nos llega rodeada de abundantes signos de ella para la Iglesia del siglo XXI: se trata del primer Papa verdaderamente posconciliar (Juan Pablo II y Benedicto XVI participaron de una manera u otra en el propio Concilio), para una Iglesia y un tiempo plenamente posconciliar.
Además, llega desde fuera de la Curia, y más concretamente, desde el contexto latinoamericano, cuya recepción del Concilio estuvo siempre marcada por una profunda preocupación por los pobres y la evangelización del Pueblo de Dios (Medellín, Puebla, Aparecida…).
Su elección nos llega rodeada de
abundantes signos de ella
para la Iglesia del siglo XXI:
se trata del primer Papa verdaderamente posconciliar,
para una Iglesia y un tiempo plenamente posconciliar.
Como religioso, me inspira confianza: es un jesuita, primer Papa jesuita de la historia; un hijo de san Ignacio, el gran santo de la Contrarreforma; ha elegido por primera vez el nombre de Francisco, el hermano universal, soñador de la Iglesia; ha rodeado sus primeros pasos de gestos de sencillez, de piedad, de oración…
Dos contundentes frases suyas, en las congregaciones de cardenales previas al cónclave, anunciaban ya su estilo, más profético que real. La primera era original: “La vanidad del poder es un pecado para la Iglesia”. La segunda era una cita de otro cardenal, africano, que él hizo suya: “Es impensable tener al pastor en el monte y al rebaño en el valle”.
Creo, sinceramente, que, como no podía ser de otra manera, el Espíritu nos ha concedido el Papa que seguramente necesitamos aquí y ahora. Digo “necesitamos”, en primera persona, porque, como acertadamente decía Aldo Cazzulo concluyendo su magnífico comentario ‘Una sacudida para todos’, en la columna de opinión de la primera página de Il Corriere della Sera del pasado 15 de marzo, “cuando suenan las campanas de San Pedro, no debemos preguntarnos si suenan para la Secretaría de Estado, para la Curia o para el IOR; suenan para nosotros”.
En el nº 2.841 de Vida Nueva.