SANTIAGO GARCÍA DE LA RASILLA DOMÍNGUEZ, S.J., obispo vicario apostólico de Jaén (Perú) |
En estas latitudes de Sudamérica era la hora de almorzar. Con todo, la fumata bianca pudo más que cualquier otra cosa. Fue casi una hora de espera, pero mereció la pena.
Y… ¡qué maravilla! Un papa que salía al balcón a cuerpo gentil, sin más “defensa” que su sotana blanca, todavía no hecha a la medida. Hablaba un lenguaje normal. Le habían ido a buscar lejos, pero ya estaba con su nuevo pueblo romano y, por él, con el mundo entero. Había salido al balcón para bendecirlo, pero él también necesitaba la bendición; y se inclinó con sencillez esperando que Dios le llegara por medio de ese pueblo cuyo corazón ya se había ganado.
Quería llamarse Francisco, como el poverello, como el que sintió a Dios pidiéndole que reconstruyera su Iglesia, como el que estuvo metido entre el pueblo sencillo haciendo cosas a veces muy provocadoras y ganándose a compañeros enamorados también con aquella aventura. Y el papa Francisco invitaba a su pueblo a comenzar juntos un camino de fraternidad, de amor, de confianza. Tal vez también de aventura provocadora.
Siguiendo también a san Ignacio,
él se ha entregado a la Iglesia universal;
como yo, con la particular que tengo confiada,
le ofrezco mi obediencia en la comunión
del colegio episcopal que él preside.
Un papa jesuita. Me alegra, claro que sí. Es un hermano que, deseando seguir a Jesús, lo hizo al modo que san Ignacio nos enseñó a él y mí y que, buscando ese “modo”, pasó por una casa de formación en la que yo estuve tres años. Y me gusta mucho que un hermano jesuita se haya mostrado ante el mundo con la sencillez del papa Francisco.
Siguiendo también a san Ignacio, él se ha entregado a la Iglesia universal; como yo, con la particular que tengo confiada, le ofrezco mi obediencia en la comunión del colegio episcopal que él preside. Si algo nos enseñó san Ignacio es que, siguiendo a Jesús, viviéramos al servicio efectivo de su Iglesia para lo que esa Iglesia, animada por el papa y los obispos, necesitara de nosotros.
Y, además, un papa latinoamericano… Pero ya no me dan más espacio…
En el nº 2.841 de Vida Nueva.