JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Ya quisieran los asesores de imagen de los Obama, Merkel, Putin y demás encontrar la fórmula para fabricar esta brisa tonificante que acaricia en los últimos días el rostro de la Iglesia…”.
Hay algo de eso que llaman justicia poética en la salida al balcón del nuevo Papa tras cargar en sus hombros con semejante responsabilidad. La monumental sorpresa tras descorrerse las cortinas nos habla de que no todo está hecho ni dicho, de que hay margen para que un requiebro de última hora desbarajuste el guión, zancadillee lo previsible, reconcilie con la esperanza a quienes la han perdido.
Y Francisco parece invitar a ello en estos pocos días que lleva de pontificado. La alegría con la que sus gestos y palabras están siendo acogidos en todo el mundo nos habla de lo necesitada que andaba la Iglesia de ellos, de la fuerte anemia que padecía, y que muy bien intuyó su predecesor.
No es justo contraponer ahora el estilo de Bergoglio con el de Ratzinger y arrojárselo a aquel como una crítica. Sí, acaso, a aquellos que navegaban la Iglesia con sus pequeñas barquitas y creían por eso que todo el lago era suyo; o a los que entendían que la “conversión pastoral” salida de las cabezas de obispos como el de Buenos Aires en Aparecida no iba con ellos. Esos obispos hablaron de esa conversión en el Sínodo para la Nueva Evangelización, pero no todos supieron escucharlos. Tal vez ahora no les quede más remedio.
Hay algo de justicia poética en el rictus que se le ha quedado a tanto inquisidor. No se apuren, pues están recomponiendo el gesto sin perder del todo la dignidad, ya que, como Francisco ha dicho –¡qué lema para un pontificado!–, “Dios no se cansa de perdonar”, aunque muchos de ellos no hayan sabido hacerlo.
Es esta una ocasión inigualable para observar al especimen de aberroncho “más papista que el papa” reinventándose tras una indisimulada decepción y ver reverdecer en él con savia franciscana su amor por todas las criaturas, religiosos y religiosas incluidos, con los muchachos de san Ignacio a la cabeza, por supuesto.
Y hay algo de justicia poética en la reformulación de conceptos que trae este hombre de Dios, que nos habla del poder del servicio, que es meterle la propiedad conmutativa a quienes solo ejercían al servicio del poder, ya saben, ese sentimiento alfombrante que arraiga siempre donde se cuece algo, por muy magro que sea.
Y realmente poético es ver que la gente cae rendida ante la seducción de unos zapatos desgastados, el triunfo del polvo de las “villas miseria” en la capital de la cristiandad. Ya quisieran los asesores de imagen de los Obama, Merkel, Putin y demás encontrar la fórmula para fabricar esta brisa tonificante que acaricia en los últimos días el rostro de la Iglesia.
En el nº 2.841 de Vida Nueva.