FRANCISCO M. CARRISCONDO ESQUIVEL | Profesor de la Universidad de Málaga
“La Pascua es un ciclo, la perfección de un círculo, como el de la luna llena que ha iluminado la noche del Sábado Santo…”.
Un renacimiento, vuelta a nacer, a la par que una resurrección. La primavera después del frío invierno. Los nuevos brotes que surgen del duro y áspero tronco. Los nidos que vuelven a habitarse. El sol tras los nubarrones. El gris metálico que da paso al verde y al azul cerúleo.
La luz después de la oscuridad. La vida tras la muerte. La continuidad del camino (del viaje no hay que preferir la llegada sino, más bien, la aventura del viajar) ahora guiados por aquella luz. La sanación de la herida, gracias a la irradiación divina que la cauteriza. Una segunda oportunidad.
El reseteo de nuestro sistema operativo. La proyección de nuestras imágenes vitales después de un período de buffering. Y la esperanza, siempre la esperanza.
Como puede comprobarse, la Pascua es un ciclo, la perfección de un círculo, como el de la luna llena que ha iluminado la noche del Sábado Santo, que recién se ha completado y que gustaría de estar siempre en este sentido ascendente en que ahora nos movemos. Sin embargo, caemos.
Pero por fortuna ya lo dice el libro de los Proverbios (24, 16): el justo “cae siete veces y se levanta, / pero el malvado se hunde en la desgracia”, siempre en los sótanos del círculo, donde fácil es instalarse. Esa es la diferencia entre la filosofía verdadera y la barata.
No hacen falta caballeros con armadura oxidada, sino auténticos conocedores de la sabiduría que comporta nuestra tradición, alojada en libros que configuran la historia, auténticos gestores de civilizaciones.
En el nº 2.842 de Vida Nueva.