(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“Ese amor inagotable, que empuja a un varón y a una mujer a entregarse sin condiciones para siempre, es un milagro, inexplicable si no fuera un don del mismo Dios amor. En la vida cristiana, la familia tiene además la misión de prolongar la presencia de la Sagrada Familia, la encarnación de Dios entre los hombres”
Uno de los momentos centrales de nuestra Navidad fue, como en otros años, la celebración del domingo de la Sagrada Familia, de manera solemne en todas las diócesis, y multitudinaria en la de Madrid.
De manera especial, por sus circunstancias, esta última se puede calificar, de entrada, como un ejemplo extraordinario de civismo. No debe de ser fácil reunir al aire libre un millón de personas durante dos o tres horas, con frío y amenazando lluvia, sin un incidente ni algarada, ni un solo grupo violento, sin manipulaciones de partidos políticos, etc.
Allí solamente se proclamaba la Sagrada Familia como ejemplo de la familia cristiana. Desde nuestra cosmovisión judeo-cristiana, bien podríamos decir que toda familia humana, aun dentro de diferentes coordenadas culturales, es familia divina, porque el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Ese amor inagotable, que empuja a un varón y a una mujer a entregarse sin condiciones para siempre, es un milagro, inexplicable si no fuera un don del mismo Dios amor. En la vida cristiana, la familia tiene además la misión de prolongar la presencia de la Sagrada Familia, la encarnación de Dios entre los hombres, conviviendo con nosotros, haciéndose humano para convertirnos de hijos de los hombres en hijos de Dios.
De aquí la calificación que se ha dado a veces a la familia cristiana como iglesia doméstica. Pero eso supondría que todos sus miembros llevaran vida de fe, lo cual no siempre se cumple, porque alguno puede dejar de ser cristiano y seguir perteneciendo a la familia. Propiamente hablando, sólo se puede cumplir en las comunidades de vida consagrada o convivencias sacerdotales, donde conviven solamente aquellos que libremente llevan vida de fe actualmente.
En todo caso, el eco más sonoro de la Navidad, que dura todo el año, como un belén viviente, es la familia cristiana.
En el nº 2.646 de Vida Nueva.