Siempre hubo voces españolas en Roma

papa Francisco pasa al lado de una bandera de España

papa Francisco pasa al lado de una bandera de España

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Hubo en Roma una voz española muy poderosa durante el pontificado de Juan Pablo II. Era la voz del cardenal Martínez Somalo. Decían que era “La Voz”, como dicen de Sinatra. Voz dura, sonriente a veces, enérgica otras, y autoritaria las más. Criado en la diplomacia vaticana, este riojano llegó a ser el ‘número tres’ de la Santa Sede.

Se permitía bromas con el Papa y contaba chistes en el almuerzo hasta provocar las lágrimas de un Wojtyla que se reía a mandíbula batiente. Era una voz con mando en plaza (“¡¡estadios, estadios!!”, cuentan que gritaba cuando en el viaje papal a España, en 1982, el cardenal Jubany programó un encuentro con intelectuales catalanes en el Liceo de Barcelona). Fue la suya una voz que puso firme al Episcopado español y abrió en la Iglesia española una etapa larga, muy larga, demasiado larga.

Había también, casi a la vez, otra voz más serena, pero no menos significativa y contundente, una voz susurrante. Era la voz del cardenal Herranz, muñidor de la candidatura de Ratzinger en 2005 junto al clan de lengua hispana capitaneado por López Trujillo y Darío Castrillón. Hombre versado en los vericuetos canónicos y en los pasillos vaticanos, se recuerda su época en los años de la Asamblea Conjunta en España, en los años 70.

Ha habido más voces, unas con sordina, otras con fuerza; unas acalladas y otras envalentonadas. Unas eran “la voz a ti debida”; otras, “la voz de su amo”, pero siempre se hablaba y cuchicheaba en los Palacios Apostólicos en la lengua de Cervantes.

Unas con sordina, otras con fuerza;
unas acalladas y otras envalentonadas.
Unas eran “la voz a ti debida”; otras, “la voz de su amo”,
pero siempre se hablaba y cuchicheaba
en los Palacios Apostólicos en la lengua de Cervantes.

Esta tierra, “luz de Trento y martillo de herejes”, la tierra de “María Santísima” , “sede del laicismo agresivo”, es a la vez la tierra de Ignacio de Loyola, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús. Y la tierra de Escrivá, Kiko Argüello y de más fundadores nuevos y viejos.

Y llegaron nuevos vientos y la voz española fue cambiando del “mono” al estéreo. Llegó el cardenal Cañizares y algo cambió. Y llegó el jesuita Ladaria y se serenaron turbulencias teológicas. Y muy lentamente hubo polifonía, aunque con el mismo fondo. Y aterrizó el portugués Monteiro de Castro con sus experiencias madrileñas y sus “calditos”. Y la voz iba cambiando, aunque con dificultades. El exembajador Paco Vázquez atemperaba las relaciones con el Gobierno.

Y seguían las voces españolas en las muchas congregaciones religiosas, tanto masculinas como femeninas: jesuitas, franciscanos, marianistas, agustinos, maristas, etc. Eran una voz reconocida, pero poco escuchada. Resonaban ecos de otros lugares, de otras realidades eclesiales y de otras espiritualidades con cuna española y con mando en plaza.

Lo español en Roma tenía dos velocidades: la que rodeaba los muros vaticanos y la que, al otro lado del Tíber, en las casas generalicias de las congregaciones religiosas, seguía viviendo y trabajando por el mismo Reino de Dios.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.843 de Vida Nueva.

 

LEA TAMBIÉN:

Compartir