CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“Cuanto más se acercaba a los indigentes, más sentía que la mano de Dios le acompañaba…”.
El tiempo pasa, pero el amor permanece. Desde Córdoba, y con gran clamor popular, llegan los ecos de las palabras que declaran beato al siervo de Dios Cristóbal de Santa Catalina, figura tan humilde como excelente en todo aquello que se refiere al honor de Dios y el servicio en la caridad a los más necesitados. Un extremeño escondiéndose en los eremitorios cordobeses sin olvidarse nunca de las gentes más desfavorecidas.
Todo eso sucedía hace más de 400 años, pero no ha perdido ni actualidad ni vigencia, porque se irán sucediendo los acontecimientos y las personas, pero la caridad y la misericordia no saben lo que es tiempo de caducidad. Es que el amor no tiene medida, porque su fuente es el mismo corazón de Cristo; por eso está más que asegurada la actualidad de la mirada a los demás con los ojos de la misericordia del Señor.
Naciera pobre y en gran pobreza moriría, dejando una admirable y ejemplar huella de cómo servir fielmente a la causa de Dios y a los más alejados del disfrute de los bienes de este mundo.
¡Tengo ansias del Dios vivo! Y fue buscando el modo de calmar estos deseos. Pretende ingresar en un convento, pero el Señor le quiere sacerdote secular, acude a la soledad del eremitorio y se incluye entre los seguidores de Francisco de Asís, en la Orden Tercera. No se trataba de elegir entre Dios o el servicio en la caridad a los necesitados. Al contemplar el rostro de su Señor, se encontraba con la cara destrozada de los pobres. Cuanto más se acercaba a los indigentes, más sentía que la mano de Dios le acompañaba. Los pobres nunca son competidores del amor de Dios, sino la más eficaz de las ayudas para calmar las ansias de la contemplación del Dios vivo.
Las circunstancias, signos de los tiempos en los que también habla Dios, le llevaron junto a la imagen de Jesús Nazareno. Y cuanto más contemplaba el Padre Cristóbal tan santa y venerada efigie, parecía como si se fuera desvaneciendo y dejara un espacio lleno de luz que solamente podría recorrerse tomando sobre los hombros la pesada carga de las cruces que tenían que llevar los más débiles.
¡Ayúdales a llevar su cruz, que en ello se va a conocer que eres fiel discípulo de Cristo! Y surgieron los hermanos y hermanas de Jesús Nazareno, con una espiritualidad en la que, a través de la cruz y de la práctica de la caridad, primero se abría el hospital de la misericordia del corazón de cada uno, y después iban levantando casas donde acoger al menesteroso que llegara.
Aquella historia y este espíritu continúan vivos gracias a la labor que realiza la Congregación de las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno, Franciscanas, que ahora bendicen a Dios y se llenan de alegría al ver beatificado a su Padre Fundador, y al comprobar que el hospital de la misericordia de Dios siempre tiene buenos cuidadores, como el beato Cristóbal de Santa Catalina.
En el nº 2.843 de Vida Nueva.