Del caos a la armonía

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“La variedad y diferencia de carismas, vocaciones y ministerios, presencias y envíos a evangelizar, en forma alguna suponen disgregación…”.

El papa Francisco hablaba a los cardenales de la armonía. Una de las gracias que el Espíritu de Dios ha regalado a su Iglesia. Durante el tiempo que transcurriera entre la renuncia de Benedicto XVI y la elección del papa Francisco, tuvimos que cargar con un enorme fardo de escritos y palabras, que eran como un inmenso alud que poco menos que anunciaba una imparable hecatombe que acabaría con una Iglesia en ruinas, como casa reducida a viejos y entristecidos derribos que hablaban de una gloria que fuera y ya no es.

Como esa ennegrecida y agorera página la hemos leído muchas veces, ahora causaba más indiferencia que atención. La Iglesia está muy viva, pero no porque las noticias sobre ella estén en la primera página de los diarios escritos, radiados, digitales y televisivos, sino porque Cristo está vivo en la existencia de tantos miles y miles de gentes que han elegido al Señor como norma fundamental de sus vidas.

La semilla de la Palabra de Dios es muy fecunda y la Iglesia sigue creciendo, aunque en algunos ambientes y lugares la sequía de una fe no suficientemente celebrada y vivida estaba haciendo estragos. Tampoco puede haber una fácil complacencia en el número que crece. La preocupación está en esos contextos donde lo referente a Dios ha desaparecido o figura nada más que como algo desvaído y de segundo plano.

No nos extraña que haya debilidades y pecados, pero mucho menos que se haga presente el amor de Dios más allá de cualquier circunstancia y momento. La Iglesia es un cuerpo vivo, no una mera asociación humana con unos estatutos y reglamentos, sino que su vitalidad está en la identificación fiel con Jesucristo. Cualquier parecido con una empresa de servicios religiosos no deja de ser un reduccionismo, incapaz de traspasar los límites de lo meramente organizativo en vistas a una eficaz campaña de márketing.

Lo decía Benedicto XVI en las palabras de despedida al Colegio Cardenalicio: “La Iglesia es un cuerpo vivo, animado por el Espíritu Santo y vive realmente por la fuerza de Dios. Ella está en el mundo, pero no es del mundo: es de Dios, de Cristo, del Espíritu”.

La variedad y diferencia de carismas, vocaciones y ministerios, presencias y envíos a evangelizar, en forma alguna suponen disgregación. Es la riqueza de la gracia del Espíritu, que da a cada uno aquello que necesita para su propia santificación, pero teniendo en cuenta que los destinatarios de los dones que se reciben son las personas a las que tiene que servir. No es disgregación, sino pluralidad. Es la unidad, el mismo espíritu.

Maravillosa armonía entre lo más diverso y que compone una magistral y católica sinfonía, donde los regalos de Dios se unen a los valores y cultura de los hombres y forman una Iglesia que no olvida nunca que está llamada a ser luz de las gentes.

En el nº 2.844 de Vida Nueva.

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