El horrible desierto espiritual

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

El desierto es lugar de referencia en la mística y en la literatura. No hay nada más que zambullirse en la Biblia para comprobarlo. La espiritualidad del desierto es fecunda y no se detiene. Recientemente, el novelista Pablo d’Ors se acercaba al desierto en su última novela, como se acercaron otros muchos: Psichari, Saint Exupéry, Merton, Lanza del Vasto, Foucauld. El desierto va más allá de lo geográfico y tiene hondas connotaciones espirituales. “La significación última de desierto es crear la sed”, decía Saint Exupéry. Es un lugar en donde se experimenta la vulnerabilidad, la tentación, la prueba, pero también la providencia amorosa del Padre y el encuentro con Él. Hoy, la preocupación va por otros derroteros. Lo que ocupa y preocupa es la situación de desierto espiritual en el que vivimos, más que la espiritualidad del desierto. Hemos abordado la inteligencia emocional, la social, pero no hemos hecho lo suficiente por ahondar en la inteligencia espiritual. La palabra asusta cuando se la asocia con lo religioso. Lo ha escrito en su obra, La inteligencia espiritual, Francesc Torralba. La enfermedad de hoy es la anemia espiritual. Es un desierto terrible que ha acabado con todo lo que sea un proyecto desde adentro, más allá de las emociones y que permite que el hombre se marque horizontes en la vida. La buscan teóricos ateos, aireando una espiritualidad sin Dios. Mientras tanto, los cristianos, con la rica tradición que nos avala, con la honda sabiduría que nace de esas experiencias, echamos por la borda y despreciamos cuanto tenemos. ¡Somos un oasis en ese desierto!

Publicado en el nº 2.693 de Vida Nueva (del 30 de enero al 5 de febrero de 2010).

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