Fragmentación auspiciada desde arriba

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

La comunión eclesial es don hermoso y tarea apasionante. Siempre tuvo el peligro de la fragmentación lacerante de quienes, aún amando a la Iglesia, equivocaron su camino y dañaron profundamente la unidad. Uno de los mayores dolores que la Iglesia ha tenido en su historia procede precisamente de esa fragmentación. Hoy sigue existiendo en el interior de la propia la Iglesia. Sin embargo, lo que más entristece es que la fragmentación venga auspiciada desde arriba. Es la fragmentación aplaudida por quienes debieran buscar la unidad pero optaron por un solo modelo de Iglesia, aún sabiendo que otros son compatibles con la eclesiología conciliar. Una fragmentación que se bendice desde arriba, cuando no se favorece, al primar de facto la acción de algunos movimientos eclesiales sobre el pueblo sencillo y fiel que sólo tiene como timbre de gloria ser católico sin más. El miedo a las Iglesias vacías hace que crezca un entreguismo descarado a estos movimientos. Una fragmentación que divide a los laicos en buenos y malos, si responden o no a sus convocatorias masivas. Una fragmentación dolorosa que hace que las parcelas de poder se repartan entre cristianos “perfectos y puros”, ese peligro que ya la Iglesia tuvo que purificar en los inicios de la predicación apostólica. En la pasada Navidad, miembros de un movimiento muy conocido por su fuerza y poder, solicitó a muchos párrocos de toda España invitar desde los púlpitos a la Misa de las familias en Madrid. Se encararon con quienes se negaron y tomaron buena nota. ¡La fragmentación auspiciada desde arriba!

Publicado en el nº 2.691 de Vida Nueva (del 16 al 22 de enero de 2010).

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