(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)
El ramillete de anécdotas, textos y experiencias de quienes conocieron a Manuel Lozano Garrido, Lolo, volverá en estos meses previos a la beatificación que tendrá lugar en Linares (Jaén) el próximo 12 de junio. Son florecillas de una vida marcada por la alegría en el dolor. Entre todas, hay una particularmente significativa que traigo a colación en estos gozosos días. En Lolo vemos un estilo, una manera, un modelo de ser laico, periodista y enfermo. Un cristiano que supo ser “sacramento del dolor” desde su sillón de ruedas. También un cristiano que puso toda la carne en el asador para lograr una España reconciliada. Lolo sufrió el despojo en la Guerra Civil. Aún adolescente, sus huesos fueron a parar a la cárcel por pertenecer a los grupos de Acción Católica. Justo el día que cumplía 16 años, su hermano era abatido en el Madrid cainita de aquel agosto fatídico de 1936. Acabada la contienda, que no la guerra, desde el lado vencedor comenzaron las delaciones, acusaciones, venganzas, que incluso hicieron exclamar al mismo Vaticano: “¡Basta ya!”. Lolo fue llamado para que señalara con el dedo a sus perseguidores y los delatara. Su firma está al pie del documento y una línea trazada en diagonal; un silencio absoluto, una amnesia evangélica. No quiso decir nombre alguno. Era la hora de la reconciliación. Más tarde escribiría: “Ese día arranqué del diccionario la palabra odio”. La cambió por perdón. Cuando saltan esquirlas de una sociedad aún no suficientemente reconciliada, estas palabras de Lolo resuenan con brío y elegancia. Palabras abiertas, limpias y proféticas.
Publicado en el nº 2.697 de Vida Nueva (del 27 de febrero al 5 de marzo de 2010).