(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)
No es éste un país para viejos. A Zapatero le estremecen cada día las crudas estadísticas de parados, prejubilados y jubilados. Las arcas están vacías y en Europa le sacan los colores. De su espasmódica chistera saca ahora la idea de retrasar la edad de jubilación. Siempre queda el monedero de la abuela como recurso rápido. Un Estado que no cuida de sus viejos, sino que los usa a su antojo electoral, es un Estado que no mira al futuro. Aunque no hay que confundir jubilación con vejez, cosas bien distintas en el fondo. Hay lugares en los que quienes gobiernan ya han rebasado la edad de jubilación laboral, frenando a las generaciones intermedias y sin haber aprendido que, alejados del poder, se puede incluso servir mejor. En la Iglesia sólo hay que mirar la elevada edad media del clero. O la de quienes asisten a las celebraciones litúrgicas, o la de quienes gobiernan. Jubilarse da la oportunidad de hacer algunos sueños realidad. Desde la madurez se continúa ejerciendo el ministerio de la vejez con el beneficio de la jubilación. La experiencia, la serenidad, el consejo del anciano son necesarios siempre y cuando supongan un aliento, más que una zancadilla para que avancen proyectos. “El arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza”, decía Maurois. Nadie se jubila de sus ideas. Cuando uno se jubila del poder, estrena la sabiduría y el consejo del anciano, el mejor servicio que puede prestar a la sociedad y a la misma Iglesia. Al cuidar de los ancianos, estamos cuidando de nosotros mismos. Quizá Zapatero no tenga muchos ancianos en su pléyade de asesores áulicos.
Publicado en el nº 2.694 de Vida Nueva (del 6 al 12 de febrero de 2010).