(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)
Recientemente me decía un viejo amigo, no muy cercano a la Iglesia él, y hasta cierto punto crítico con ella, que los cristianos deberíamos cerrar filas ante el acoso que viene recibiendo. Me extrañó la sugerencia. Hoy más que nunca hace falta mantener la unidad en lo esencial y trabajar con denuedo y tesón para que el gozo inmenso de la comunión sea una realidad. No es hora de la diatriba, sino del diálogo sincero. Todos estamos en la misma barca. Aunque sólo sea, que no lo es, por puro marketing e imagen de una Iglesia unida. La tarea no puede ser unilateral por parte sólo de quienes creen que la unidad son ellos. La tarea incumbe también, y mucho, a los cuidadores del rebaño, pero no dueños ni propietarios. ¡Cuánta falta hace una sentada larga, orante, amorosamente dialogante, en la que todos se expresen y concluyan rezando el Padrenuestro y celebrando la Eucaristía! Es hora de unir, reunir, consolar, alentar, sonreír y seguir el estilo del Señor Jesús, que, cuando sus discípulos se quejaban de haber encontrado a un grupo que decían expulsar demonios de su parte, les contestaba diciendo: “No se lo impidáis, si , al menos, lo hacen en mi nombre”. La comunión no se mide en una cuarta de la mano, sino en el amplio y generoso campo en el que hemos sido sembrados afectiva y efectivamente, con confianza, sin recelo y no dando que hablar a quienes, cada día, muerden el sagrado don de la comunión. “En lo fundamental, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad”, decía san Agustín.
Publicado en el nº 2.703 de Vida Nueva (del 17 al 23 de abril de 2010).