(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)
He visitado en Sevilla la exposición que sobre El joven Murillo cuelga en el Museo de Bellas Artes. Murillo estuvo marcado por la doctrina predicada por los franciscanos y expuesta en la literatura del Siglo de Oro, sobre todo, por la novela picaresca, que despertó en él la conciencia sobre los seres miserables y desvalidos. Entre todas las obras, me causó impacto una de ellas, por su significado y actualidad, por la denuncia que hace de la insolidaridad. Es La vieja gitana con el niño. Murillo no oculta los aspectos más descarnados y míseros de la realidad del momento. Comer solos era uno de los gestos más insolidarios. Suponía que quien lo hacía se negaba a compartir el plato, la vida y los dones. Comer acompañados, en grupo, era símbolo de fraternidad. Pero lo que llama la atención realmente es cómo la vieja gitana se ve sorpendida por un joven que la señala y que nos mira sonriendo, casi de forma cómplice, evidenciando el pecado, mostrando la sordidez del gesto. Quizás sea ésta una de nuestras labores más genuinas, la de evidenciar los gestos insolidarios de quienes nada comparten, todo lo acumulan; la de a quienes todo les resbala y nada les hiere. Las críticas amargas crean trincheras innecesarias, pero las sonrisas sarcásticas que pongan en evidencia la estulticia insolidaria, tan frecuente, es el mejor camino para mostrar su desdoro. No dejen de atrapar la sonrisa de este joven si se acercan en Sevilla a este cuadro, en el que se retrata de forma excepcional esa pintura insolidaria de un mundo que se ha puesto el egoísmo por montera.
Publicado en el nº 2.702 de Vida Nueva (del 10 al 16 de abril de 2010).