Pocas veces una campaña de publicidad ha salido tan rentable -y por tan poco dinero- a sus promotores como la de los buses ateos. Las críticas -esperadas- a esa iniciativa les han dado un protagonismo que no hubieran sospechado. Más que el lema que venden (Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida), sorprende el carácter aguerridamente militante de quienes están detrás. Tanto que, si hubiese que etiquetarlos, no faltaría a la verdad el de “ateos anticlericales”. Se les ha acusado de blasfemos y de que la exhibición de dicha frase en espacios públicos lesiona la libertad religiosa, argumento éste de ida y vuelta. Pero, sobre todo, sorprende la idea que los promotores tienen de Dios. ¿Qué imagen habrán dado de Él las religiones para que se le considere un auténtico aguafiestas?
¿Por qué siguen sin percibir -ellos, pero también otros que buscan sin encontrar- que hay un Dios que abraza, acoge, perdona y reconforta? Cuando sepamos hacerlo visible entre todos, no habrá campaña que se le resista.
En el nº 2.646 de Vida Nueva.