(Vida Nueva) La Nota de la Comisión Episcopal de Doctrina de la Fe ha motivado la reacción crítica de algunos teólogos. Recuperamos ahora la visión que en Vida Nueva ofrecieron recientemente dos de nuestros más destacados teólogos sobre “Qué Teología” se hace en España.
Globalmente positiva, aunque con insuficiencias
(Eloy Bueno de la Fuente– Profesor de la Facultad de Teología del Norte de España, en Burgos) ¿Tiene la Iglesia en España la teología que necesita? ¿Está a la altura del momento histórico la teología que se enseña en las Facultades de Teología? Son cuestiones que merecen plantearse y debatirse, más allá de un momento puntual.
El comienzo de un nuevo curso suscita muchas preguntas y temas de reflexión: la situación institucional de los centros teológicos, la función de los teólogos y de la teología en el seno de las comunidades cristianas, la aportación eclesial de la teología, su nivel intelectual y su relevancia cultural… Dada la amplitud de la problemática, sólo puede quedar planteada como trasfondo y contexto del interrogante que señalábamos al inicio.
La respuesta, como es lógico en cuestiones complejas, debe ser matizada. Una valoración globalmente positiva del trabajo y de la actitud de quienes se dedican a la teología en España no puede ocultar algunas insuficiencias de fondo, así como la indicación de sus causas o raíces.
La mayoría de los profesores de teología actúa con una clara conciencia de su tarea. Esta afirmación general se puede establecer al margen de adscripciones ideológicas u opciones metodológicas. Están seguros de prestar un ineludible servicio eclesial, analizan serenamente las necesidades de la Iglesia, recogen las interpelaciones del presente, asumen con madurez las insuficiencias de medios y recursos, se comportan con la sencillez de quien no aspira a ser protagonista en el escenario de la política eclesial… Siempre se puede objetar que hay excepciones: de posturas ideológicas beligerantes o de intereses de política eclesial. Pero, sin duda, son minoría.
La teología que se enseña en nuestras Facultades se mueve dentro de estas tres coordenadas fundamentales:
a) sensibilidad profunda ante las circunstancias de nuestra época en orientaciones culturales y sus prácticas sociales, con actitud de discernimiento y de diálogo más que de condena;
b) inserción espontánea en la tradición de la iglesia, de la que recibe, tanto testimonios de fe vivida como formulaciones doctrinales y magisteriales;
c) mirada más allá de las aulas y de las bibliotecas, como miembros de una Iglesia que encuentra dificultades para transmitir la fe a las nuevas generaciones y para encontrar el lugar y la figura adecuada en el escenario de nuestra vida pública. En este sentido, nuestra teología está a la altura de su momento histórico y trata de responder a las necesidades de la Iglesia.
Este reconocimiento global no impide mencionar insuficiencias de gran calado. La más grave es ésta: no se consigue ayudar a los alumnos a configurar una visión sistemática que integre, de modo armónico y global, no sólo los contenidos de carácter doctrinal, sino lo que experimentan como espiritualidad y lo que realizan como pastoral, en sintonía con las expectativas e incertidumbres de nuestra época y nuestra sociedad. Esta insuficiencia de fondo se acentúa por un triple déficit que pocas veces se gestiona de modo adecuado: los contenidos teológicos no son presentados suficientemente, de modo tal que se abran espontáneamente a la vida ya la experiencia (la espiritualidad queda como materia suplementaria y autónoma); los núcleos de la fe no son presentados desde el aliento evangelizador y misionero que caracteriza la revelación de Dios; no se hallan modos adecuados para verbalizar a través de las preguntas de los alumnos las inquietudes de una sociedad que debe atravesar encrucijadas permanentemente. Desde este punto de vista, nuestra teología requiere algo más para ser realmente la teología que necesita nuestra Iglesia
Ello no se debe sólo a la inconsciencia o incapacidad de los teólogos. Nuestro modo de trabajo, la fragmentación de materias y de métodos, reclama ciertamente más diálogo y dedicación, una mentalidad interdisciplinar y una visión transversal de las grandes cuestiones. Pero a ello hay que añadir otras causas de carácter eclesial y eclesiológico: falta la mediación entre el ámbito académico y el de la vida real de la Iglesia. O al menos había que pensar en otros modos o vías de mediación. Es urgente evitar una desagradable conclusión que se vive muchas veces de modo inconsciente: una cosa es lo que se estudia en las clases (para los exámenes o títulos) y otra lo que pide (o permite) la realidad cotidiana de la actividad pastoral. Ello conduce a la disociación en los alumnos entre lo que estudian (como obligación) y lo que viven, sienten y hacen. En este punto, también es grande la responsabilidad de quienes están encargados de la formación en seminarios, noviciados, movimientos y asociaciones.
Poner bien los acentos y acertar en las perspectivas
(Josep M. Rovira Belloso– Profesor emérito de la Facultad de Teología de Cataluña) Es razonable, en el comienzo de un nuevo curso, decir una palabra sobre el presente de nuestras Facultades de Teología (sin olvidar las de Filosofía). Es razonable que un profesor emérito quiera expresar su parecer sobre lo que estas facultades son y representan. Mientras el tono de su voz sea modesto y cordial, porque no aspira a guiar el futuro desde una pretendida experiencia que en realidad se desvanece, como se desvanecían los méritos de Teresa de Lisieux cuando contemplaba sus manos vacías.
Los estudios actuales de las Facultades de Teología siguen el patrón de las universidades civiles de Occidente. Quiero decir que rige el principio de la especialización. No sólo la Moral se especializó respecto de la Teología Dogmática, sino que actualmente hay en la Moral una especialidad de decisiva importancia: la Bioética y, tal vez, dentro de este campo, el de las células madre sea todavía una última especialización.
Otro ejemplo en la misma línea: es un hecho evidente la especialización bíblica. Un especialista en los evangelios sinópticos no es, sin más, un especialista en el mundo de san Pablo o de san Juan.
La opción por una investigación especializada y por una enseñanza acorde con lo investigado es el fruto de la historia y de la cultura de Occidente, y ha llevado a un análisis certero en muchísimas cuestiones. En el mencionado campo bíblico, ha dado lugar al método histórico-crítico en la investigación, que imprime carácter a los estudiosos de la Biblia. Un método que, lejos de ser condenado por la Iglesia, ha sido alabado por la Pontificia Comisión Bíblica.
También es verdad que el principio de la especialización puede conducir a un riesgo: la mirada especializada, analítica -necesaria- podría eclipsar la mirada religiosa próxima a la fe, hacia la cual tienden los saberes conexos con la religión, el abanico estudiado en las Facultades.
Por eso, suele decirse que hoy día no es una época propicia al surgimiento de hombres de síntesis como lo fueron Agustín o Tomás de Aquino. En consecuencia, se añora una mirada sintética: la de la fe que se deja atraer por el misterio que subyace bajo las diversas materias estudiadas en las Facultades. De ahí surge también el anhelo de que el método histórico-crítico de leer la Escritura pueda y deba abrirse a la mirada religiosa fija en el misterio de Cristo. Así lo explicita el prólogo de Jesús de Nazaret del papa Benedicto XVI, cuando califica dicho método histórico-crítico de indispensable, pero que no agota todas las posibilidades de interpretación.
También el médico especializado, que abraza con lucidez y pasión su método científico, suele preguntarse a menudo, humanamente, cuál es en realidad el mejor bien para la vida del enfermo en cuestión.
Ante este cuadro, que respeta el paradigma vigente en la realidad de nuestras Facultades, ¿podría decirse que hay que saber poner bien los acentos? Esto me parece excelente hoy: poner bien los acentos y acertar en las perspectivas. Podría abrirse un cierto “estado de discernimiento”, sobre todo cuando se ajustan los planes de estudio. Aunque, a veces, el reajuste del plan sirve para alumbrar una nueva parcela especializada… El destino de los humanos es edificar del mejor modo el futuro que Dios nos regala (ver Jer 29, 11).
Existe, finalmente, un campo en los estudios eclesiásticos que no puede abdicar de su vocación de síntesis. Síntesis provisional, marcada por el aprendizaje, y no por la posesión plena de la verdad (cf. Constitución Dogmática Dei Verbum Sobre la divina revelación, 8, § 2). Este campo es la teología sistemática. Citaré, una vez más, a los tres gigantes centroeuropeos de la sistemática del siglo XX que han vivido a fondo su vocación de síntesis y la han expuesto para su época: Karl Barth, Karl Rahner y Hans Urs von Balthasar.
La reflexión de estos hombres ha iluminado no sólo los grandes temas de la Teología -Dios, Cristo, el Espíritu Santo, la Creación, la Encarnación, la Pascua, la Iglesia, los Sacramentos-, si no los conceptos que un cristiano es bueno que tenga claros: la gracia, los dones y frutos del Espíritu Santo, la misión, la salvación, la vida eterna, el sacrificio, la cruz, la muerte, el sentido de la vida…, amén de las cuestiones fundamentales de la Ética. La reflexión “sistemática” intenta conceptualizar un acento más sintético que, sin oscurecer la investigación especializada, mantenga la inmediatez de una teología al servicio del acto de fe de los cristianos.
Por fin, y recordando el título de un libro de Bruno Forte, una cosa es la enseñanza de la Teología en las Facultades y otra cosa es la Teología como sabiduría, profecía y compañía espiritual del Pueblo de Dios. Quizá somos los eméritos quienes más disponemos de un poco de tiempo para acompañar a personas y comunidades hacia la plenitud del Reino. Un buen servicio si el Señor lo inspira.
Publicado en el nº 2.583 de Vida Nueva (6 de octubre de 2007).