(Juan Rubio-Director de Vida Nueva)
Comunión es palabra manoseada que de tanto usarla, puede romperse. La Iglesia es hogar de comunión y no cuartel blindado. Comunión en lo esencial, no en lo accidental. No es comunión con la soflama proclamada con lengua soez en los escenarios de pensamiento único. ¡Capitán, mande firmes! es un grito castrense, titular de portadas recientes. Con frecuencia se oye ese grito en la Iglesia pidiendo comunión. Es un grito con el agrio sabor de la exclusión. Hemos pasado del noble oficio de rebatir las ideas al de prohibirlas y, si nos dejaran, al de quemar en la pira a quienes las exponen. Hay mucho grito mandando firmes a las huestes, prietas las filas, que nadie se mueva. Comunión a tope, no en la esencia eucarística, sino en el pensamiento único. Rompe la comunión quien se atreve a soñar y quien hace una mueca de desaprobación. Capitán, mande firmes a tirios y troyanos con el yugo de la intriga y la amenaza. Mande firmes a teólogos, escritores, predicadores, periodistas, escribientes, secretarios y copistas. La comunión, sin embargo, no se rompe tan fácilmente. Es robusta, bella, valiente, diáfana. Es cálida y siempre sonríe a quien insiste en apropiársela. Está acrisolada por la tradición. La rompen quienes la tensan haciendo de ella bastión, trinchera y almena fortificada. La comunión tiene un lenguaje de acogida: “Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados”. Nunca usa un lenguaje montaraz ni excluyente. La comunión es suave criatura. No es soflama en boca de quien confunde la comunión eclesial con un ejército preparado para dar la batalla a los altavoces del mal. Acies ordinata. Ejército bien preparado para escuchar la voz ¡capitán, mande firmes!
Publicado en el nº 2.610 de Vida Nueva (Del 26 de abril al 2 de mayo de 2007).