(Vida Nueva) La crisis económica se ceba en toda la sociedad, pero especialmente en los más pobres. ¿Debe la Iglesia vender sus bienes para aliviarles? El catedrático de Teología Moral en la UPSA, Ángel Galindo y el director de Cáritas Diocesana de Bizkaia, Mikel Ruiz, nos ofrecen su punto de vista en torno a este tema.
Socorrer a los necesitados en momentos de crisis
(Ángel Galindo García– Catedrático de Teología Moral en la UPSA) El socorro de los necesitados ha ocupado una de las tareas esenciales de los cristianos a lo largo su historia. Pero con la evolución y complejidad de la economía se plantea no tanto la esencia cuanto la forma de ayudar. En todo caso, las razones esenciales se encuentran en los principios defendidos por el cristianismo: el destino universal de los bienes y el deber de compartirlos, con sus referencias teológicas fundamentales.
Hoy, ante la crisis económica, da la impresión, al leer cierta prensa, de que esta crisis lo es porque afecta al paro. A algunos les gusta hablar de crisis económica o de desaceleración. Otros ponen su mirada en soluciones y hablan de gastar menos, trabajar más y mejor. Nosotros nos situamos en la forma de invertir, usar y gestionar nuestro dinero y bienes.
Ante la gravedad de la situación, los obispos han entregado a Cáritas el 1% del total bruto que las diócesis reciben del Fondo Común Interdiocesano. Varios obispos han sugerido a sacerdotes y fieles entregar el diezmo de una de sus nóminas… De estos gestos está llena la Historia de la Iglesia. Hay un precioso texto de Juan Pablo II que nos habla de la preocupación de la Iglesia por el auténtico desarrollo: “Así, pertenece a la enseñanza y a la praxis más antigua de la Iglesia la convicción de que ella misma, sus ministros y cada uno de sus miembros están llamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos no sólo con lo superfluo, sino con lo necesario. Ante los casos de necesidad no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello. Como ya se ha dicho, se nos presenta aquí una jerarquía de valores -en el marco del derecho de propiedad- entre el tener y el ser, sobre todo cuando el tener de algunos puede ser a expensas del ser de tantos otros” (SRS 31).
No entramos en la demagogia barata de quienes piden, e incluso, si tuvieran poder, exigirían a la Iglesia, al peor estilo de la desamortización, entregar los templos o el Estado del Vaticano a los nuevos ricos para que éstos lo mal administren hasta que desaparezcan, como ocurrió en la España del siglo XIX. Pero debemos reflexionar sobre las razones para el legítimo y libre desprendimiento de parte de nuestros propios bienes, de acuerdo con una escala de valores, a favor de los pobres y necesitados.
Siguiendo la tradición tomista, hemos de distinguir entre el uso de los bienes y la gestión de los mismos. Ha de gestionar quien tiene capacidad. En cuanto al uso, toda persona tiene derecho a tener bienes que le ayuden a ‘ser’ persona. Y el que ‘posee’ tiene el deber de poner a disposición del que no tiene los bienes que le ayuden a ‘ser’. Aquí, en cuanto el derecho a usar de los bienes para desarrollarse como persona, se plantea la cuestión: ¿qué tipo de bienes propios hemos de poner a disposición del necesitado para que éste pueda disfrutar de las maravillas que Dios ha puesto a disposición de todos? Juan Pablo II distingue entre bienes necesarios, convenientes y superfluos. Es enseñanza común que los superfluos pertenecen a los pobres, y quien los atesora o no los administra para servicio de los necesitados, es un ladrón. Es asimismo enseñanza común que de los bienes convenientes, cada uno ha de elegir dar a los necesitados atendiendo a la situación de su estado (familiar, religioso, social, etc). En este caso, la persona o instituciones responsables de la unidad económica correspondiente (familia, empresa, parroquia, casa religiosa…) deberá decidir con buen juicio qué tipo de bienes convenientes han de pasar al servicio del necesitado. En el caso de personas en extrema necesidad, incluso sería un deber moral el desprenderse de los bienes convenientes para el desarrollo del buen estado de cada uno. Aquí, hemos de situar la tradición de la Iglesia de pedir el diezmo de la ganancia o sueldo o un tercio de los beneficios para los pobres.
Juan Pablo II invita a desprenderse incluso de lo necesario. Quizás, en el texto citado, no se refiera tanto a lo necesario para la vida de una persona, cuanto a lo necesario para el culto, aunque acepte la libertad del individuo a compartir, al estilo de la viuda de Sarepta, aquello que le queda hasta morir, siempre que no ponga en peligro su vida. En este caso, tanto las instituciones eclesiásticas (parroquias, cofradías, santuarios…) como las mismas empresas sociales deberían estar dispuestas a sacrificar lo necesario para la institución en favor de los necesitados en situación de gravedad. El principio de la encarnación o el ser capaz de dar la vida por el pobre justificaría este comportamiento. Pero siempre se debería actuar con el espíritu de las decisiones libres, ya que un ideal impuesto como obligación se convertiría en una dictadura del espíritu, la peor de las dictaduras.
Las parroquias e instituciones religiosas, no más que multitud de instituciones laicas, creyentes y no creyentes, poseen bienes que no utilizan o se prevé su desuso a medio y largo plazo. Podrían considerarse como bienes convenientes. En este caso, dichas ‘unidades económicas’ estarían moralmente obligadas a decidir razonadamente cómo gestionarlas a favor de los desfavorecidos o necesitados.
Ser coherentes para ser creíbles
(Mikel Ruiz Martínez– Director de Cáritas Diocesana de Bizkaia) En los tres primeros meses de 2009, más de 900 personas han sido atendidas en Cáritas Diocesana de Bizkaia por sufrir los efectos de la crisis económica. De ellas, más del 73% lo han sido por primera vez en esta institución. El 85% han perdido su trabajo en el último año. Un 38% de estos nuevos parados no cumplen los requisitos para cobrar el subsidio de desempleo y más de la mitad de las familias atendidas en veinticinco de nuestras acogidas de Cáritas manifiestan tener serias dificultades para hacer frente a los gastos ordinarios, especialmente los relativos a la vivienda. Esta realidad se incrementa sobre la del año 2008, que ya supuso un aumento del 50% sobre las ayudas concedidas en 2007.
Esta situación nos llevó a la decisión de realizar un ‘Plan de actuación contra los efectos de la crisis’ para enfrentarnos a ella. Nos pareció más coherente con nuestra razón de ser que buscar razones para excusarnos por no hacerlo.
Hasta el momento hemos incrementado el gasto por motivo de las ayudas en un millón largo de euros. Y los ingresos, gracias a la generosa respuesta de la comunidad cristiana y de la sociedad de Bizkaia, en cerca de quinientos mil. De seguir así este año y el próximo nos endeudaremos en más de un millón de euros. ¿Cómo vamos a hacer frente a este déficit? Trabajando sin desánimo en una sensibilización de nuestras comunidades cristianas y nuestra sociedad, para que se produzcan abundantes frutos de solidaridad, en una respuesta generosa que pretendemos sea un ejercicio comunitario. Y si con ello no saldamos la totalidad, la Iglesia se desprenderá del patrimonio necesario para lograrlo.
Así lo hacemos y decimos, porque entendemos que así debe ser. Las dos misiones fundamentales de Cáritas son: atender a las personas empobrecidas por encomienda de la comunidad cristiana y en su nombre, y concienciar permanentemente a sus miembros de las necesidades del entorno para que la caridad sea una realidad presente en la misma y en su eucaristía, ya que sin ella resulta fragmentada, como nos recuerda Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est. Lo que Cáritas hace, es la comunidad cristiana quien lo realiza.
No es preciso esforzarnos demasiado para fundamentar la comunicación cristiana de bienes y la atención a las personas atrapadas en situaciones de pobreza como una seña de identidad de la comunidad cristiana, sin la cual, ésta se desnaturaliza. El final del capítulo 4 y el capítulo 6 de los Hechos de los Apóstoles son argumentos suficientes, entre los muchos que se pueden aportar.
Ser y mostrarnos coherentes es otra de las razones de nuestro planteamiento. No podemos convocar a la sociedad a un ejercicio comunitario de solidaridad frente a los efectos de la crisis sin contribuir nosotros de manera significativa. Dando ejemplo y siendo los primeros en hacer lo que predicamos. Nuestro mundo está necesitado de gestos con carga simbólica que le orienten hacia el logro de una realidad más justa y humana. Uno de ellos debe ser desprenderse de bienes necesarios para ponerlos al servicio de las personas afectadas por situaciones de necesidad que las hacen vulnerables de sobrepasar los límites de la exclusión social. La realidad de Cáritas posee un potencial de evangelización que utilizamos muy deficientemente.
Esta forma de proceder, además, reviste de credibilidad a nuestra Iglesia. Anunciamos que “otro mundo es posible”. La buena noticia de que Dios Padre resucita a Jesús para avalar su compromiso con una humanidad nueva. Basada en los valores del Evangelio, alternativos a los que el sistema difunde con tanta eficacia. Nuestra forma de vida, personal y comunitaria, debe expresarse en acciones significativas que lo evidencien para hacerlo creíble.
Por otra parte, que la Iglesia se desprenda de patrimonio para afrontar situaciones de necesidad no es nada extraordinario, si no que se practica con cierta frecuencia. En Cáritas podemos dar fe de ello. Sin ir más lejos, y en la situación que nos ocupa, varios equipos de sacerdotes aportan el 10% de su salario a nuestro ‘Plan de actuación contra los efectos de la crisis’. Y disponemos de cuatro viviendas aportadas por comunidades cristianas que nos permiten alojar a familias desahuciadas por impago de hipoteca o alquiler. La Conferencia Episcopal Española ha aportado el 1% de su presupuesto a las Cáritas Diocesanas para que hagan frente a los efectos de la crisis… Son numerosos los ejemplos en los que distintas “porciones” de la Iglesia, en diferentes ámbitos, realizan esta práctica. El reto es su extensión por todo el tejido del cuerpo eclesial y alcanzar el nivel suficiente para hacerlos significativos. Y luego, comunicarlo, cuando proceda, como instrumento de evangelización, ya que, habitualmente, tu mano izquierda no debe saber lo que hace la derecha.
En esta ocasión, en Cáritas Bizkaia nos hemos metido en un buen lío deficitario por acompañar a los afectados por la crisis en situación de serias dificultades. Saldremos, desprendiéndonos de patrimonio de la Iglesia diocesana si es necesario. No sabemos todavía el alcance de esa necesidad, ni si ese patrimonio será de la propia Cáritas o de otra realidad eclesial. En todo caso de la Iglesia, porque Cáritas es Iglesia.
En el nº 2.656 de Vida Nueva.