(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)
No creo que la Santa Sede tenga que nombrar obispos en atención a la cuna. La clave es el perfil apostólico atendiendo a lo que la Iglesia necesita en cada momento y lugar, aunque no estaría de más cierta sensibilidad geográfica como se viene haciendo en Euskadi, Galicia o Cataluña. No creo tampoco que haya que tener en cuenta el RH para la colación canónica y, ni mucho menos, certificado de hidalguía. La Iglesia es católica y el servicio universal en la caridad no debe tener exigencias cuneras que tan malos recuerdos históricos traen. Si miramos a la actualidad, la prueba la tenemos en Málaga. Los dos últimos prelados no han sido andaluces pero han dejado honda huella allá: Ramón Buxarrais, ahora en Melilla entregado al servicio de los más pobres, y Antonio Dorado, que pasa a ser emérito después de cerca de cuarenta años sirviendo al Sur: Guadix, Cádiz y Málaga. El cardenal Carlos Amigo, tras 25 años, es prueba evidente de cuanto digo, y otros nombres de tan profundas raíces cristianas. Antonio Ceballos, de Cádiz-Ceuta, y Juan del Río, arzobispo castrense, son las únicas voces andaluzas en la CEE. ¿Qué pasa para que Roma haya olvidado que el Sur también existe? ¿Quién tapa por esta parte el mapa sobre la mesa de quienes eligen y nombran? Quizás pesen más los movimientos ajedrecísticos. Nombres en Andalucía los hay desde la banda conservadora a la progresista ¡No se me queden en la anécdota! ¡Es más importante la categoría! Hay en esta tierra un clero sabio y sencillo; preparado y curtido. Beben las hierbas amargas de la descristianización y tienen el nervio evangelizador. Saben acoger y también serían excelentemente acogidos.
Publicado en el nº 2.632 de Vida Nueva (Del 18 al 24 de octubre de 2008).