¿Sabe aprovechar la Iglesia la Buena Noticia navideña?

Ilustración-Navidad(Vida Nueva) ¿Aprovecha la Iglesia la Buena Noticia navideña para ‘vender’ mejor su mensaje al mundo? La Vida reclama testigos alegres. Sobre ello reflexionan, en estos ‘Enfoques’ tan navideños la teóloga Dolores López y el vicario general de Lleida, Ramon Prat i Pons.

Una amplia oferta de sentido por rescatar

Dolores-López(María Dolores López Guzmán– Profesora de Teología. Madrid) Cuentan que, estando cerca la Nochebuena, un párroco de una pequeña aldea de los Alpes austríacos, después de bendecir a un niño recién nacido, se puso a componer una melodía inspirada en la alegría del nuevo nacimiento. Cuando las primeras notas vieron la luz, el maestro de escuela, amigo del cura, puso la letra a aquellos acordes. Así nacieron las estrofas del Stille Nacht (Noche de Paz), el villancico más conocido y más traducido del mundo. Pero durante varios años la canción estuvo olvidada entre las partituras de la capilla, hasta que alguien la sacó del pueblo y llegó a la corte de Sajonia en 1832. A partir de entonces, su sencillez y hondura cautivaron a ciudadanos de todas las naciones hasta convertirse en uno de los grandes himnos navideños cristianos. Un cura de pueblo, un maestro de escuela y una aldea perdida entre las montañas bastaron para componer un mensaje de paz que ha conquistado millones de corazones. No contó con campañas publicitarias ni grandes inversiones para su difusión. La autenticidad de la experiencia que la había inspirado y su carácter universal fueron suficientes.

El mensaje cristiano no necesita millones de euros para venderse, sino personas para darse; no busca imágenes atractivas, sino la humanidad sin artificios; no propone ídolos con los que perderse, sino a un Dios con el que encontrarse.

Aun así, no es fácil abrirse camino entre la multitud de ofertas que hay en el mercado. En primer lugar, porque la lógica publicitaria de la rentabilidad y del engaño subliminal no es la del Evangelio; y en segundo lugar, porque también las costumbres cristianas están sufriendo grandes impactos que las están modelando, como la tiranía de los regalos, la obligación de mostrarse feliz, o la imposición de reuniones familiares a veces llenas de tensiones. Alfonso Ussía, con su habitual socarronería, lo expresa así: “Se lo tengo oído / a un sabio profundo / fiel a su verdad. / Lo más aburrido / que hay en este mundo / es la Navidad”.

Un diagnóstico no muy alentador, ratificado por estudios psicológicos que desvelan que una de cada cinco personas sufre algún tipo de depresión o estrés en Navidad. Es la llamada “Depresión Blanca”, a la que no son ajenas las comunidades y familias cristianas.

Existe la tentación de la desolación, de pensar que nada se puede hacer, o de despreciar todo lo que hay, y “montarse” una Navidad propia (supuestamente más evangélica) desgajada de toda la realidad. Pero justamente la constatación de que las ofertas de nuestro mundo, aun estando envueltas en jolgorio y algarabía, conducen a la tristeza, debería hacernos buscar con más ahínco vías para transmitir mejor la Buena Noticia de la venida de Dios. Una de ellas es recuperar el sentido de símbolos, tradiciones y costumbres compartidas por todos, creyentes y no creyentes, que simplemente se viven porque “tocan” y “venden”, pero cuyas raíces –que la Iglesia conoce bien– se han perdido:

  • La Iglesia sabe que la mesa es ocasión de alegría y encuentro, pero rechaza los excesos que desvirtúan su carácter de símbolo de comunión y unidad. Ése es el sentido de algunas tradiciones eslavas, como comenzar la cena con la partición de la “oblea de la paz”, de la que cada comensal coge un trozo, o la de comer todos de un mismo plato como signo de esperanza y eternidad.
  • La Iglesia reconoce que las reuniones familiares son deseables, pero recuerda que adquieren una nueva dimensión desde la fe que las agranda y libera. Pues la Encarnación abre un horizonte que nos hermana a todos más allá de los vínculos de sangre. Por eso en Irlanda, en recuerdo de la noche en que José y María buscaban posada, se enciende una vela que se coloca en la entrada de la casa como señal de acogida para aquellos que esa noche necesiten un hogar.
  • La Iglesia anima a expresar el cariño con obsequios, pero proclama que hay un regalo incomparable que brilla por encima de todos los demás: el Señor Jesús; que cuenta, además, con la ventaja de tener como destinatarios a todos los hombres. Para Dios no existe la exclusión.

En la Iglesia tenemos una amplia oferta de tradiciones y relatos que debemos rescatar para contar y vivir de otro modo la Navidad y atraer los ojos y los oídos de quienes estén sedientos de encontrar una alegría nueva. Y puesto que estamos llamados a ser Sembradores de Estrellas (como decía aquella campaña en la que los niños felicitaban la Navidad a la gente por las calles), cada una de esas historias arraigadas en cada pueblo, surgidas de tantas experiencias sencillas y hondas como la que inspiró Noche de Paz, puede convertirse en una estrella que apunta al Único capaz de darnos el anhelado sentido.

 

Tenemos futuro, porque tenemos presente

ramon-prat-i-pons(Ramon Prat i Pons– Vicario General de Lleida) Decimos que “tenemos presente, porque tenemos futuro”. Sin embargo, esta afirmación, que en parte es verdad, tiene el peligro de minusvalorar el realismo de la vida concreta. Si lo pensamos bien, en realidad, “tenemos futuro, porque tenemos presente”. El tiempo presente es el espacio en el que vamos construyendo nuestro futuro. Esta realidad se puede observar de una manera especial en la Navidad, tanto en la sociedad como en la Iglesia. Merece la pena reflexionar la situación, para que podamos disfrutar de la Navidad.

Los medios de comunicación ofrecen diversos modelos de Navidad que no responden al Evangelio. Todos hemos criticado y nos lamentamos cuando la Navidad es presentada como un tiempo de consumismo capitalista, de alegría artificial, de laicismo que se limita a celebrar el solsticio de invierno y unas vacaciones en la nieve o, incluso, de un humanitarismo sentimental y pasajero. Hay que reconocer que bastante gente sintoniza con estos modelos ofrecidos hoy por el comercio, los ideólogos de turno y algunos medios de comunicación.

Sin embargo, la comunidad cristiana tampoco escapa al peligro de reducir la Navidad a un planteamiento irrelevante. Entre estos planteamientos, podemos subrayar algunos. El primero consiste en centrar la Navidad en la pura mirada hacia las tradiciones del pasado. Mantener las tradiciones tiene una parte positiva, de recuerdo vivo de nuestras raíces cristianas. Sin embargo, estas tradiciones se han de situar ante los desafíos actuales, como son el reto de la pobreza, la ecología, el sufrimiento, la alegría, la emergencia de nuevos humanismos y la búsqueda espiritual de nuestro tiempo. Tampoco ayuda a vivir la Navidad el ofrecer un modelo racionalista y retórico.

Sin embargo, la peor imagen de las fiestas navideñas que podemos ofrecer como comunidad cristiana consiste en aprovechar la oportunidad para criticar a la sociedad con una actitud recriminatoria, moralista y generadora de culpabilidad. Bastante dolor llevamos los seres humanos a nuestras espaldas, como para que todavía se nos eche más peso encima…

La Navidad de Jesús de Nazaret es vida… es luz… es paz… es serenidad… es alternativa de esperanza… es posibilidad de convertir las dificultades en oportunidades de futuro… es puerta de acceso al tiempo de Dios… es realidad presente.

La Navidad eclesial consiste en proclamar, desde lo más hondo del ser, y a los cuatro vientos, un mensaje de vida dirigido a todos, pero muy especialmente a los que sufren, ante el dolor físico, mental, emocional, social y espiritual: ¡Caminad mientras tengáis luz!

Si en nuestra Iglesia caemos en la trampa del consumismo, del laicismo y de la superficialidad, vamos por mal camino. Pero si reducimos la Navidad a un costumbrismo, al racionalismo y a la recriminación moralista agresiva, no tenemos nada que ofrecer a la gente de nuestra generación.

Sin embargo, si con el testimonio y la palabra ofrecemos la novedad de que “los seres humanos tenemos futuro, porque tenemos presente”, hay muchas personas que necesitan con urgencia esta buena noticia del mensaje de la encarnación del Hijo de Dios. Nunca como en nuestro tiempo ha habido tanta gente que busca un testimonio y una palabra de comunicación, de amistad y de ternura, que alienten su difícil caminar en la vida diaria.

La red de entidades cristianas de acción caritativa y social, al estilo de Cáritas, ofrecen esta imagen significativa de la Navidad, porque, mediante su amor comprometido, reflejan la ternura de Dios, sellada para siempre con la humanidad, en el “misterio del pesebre”. Es urgente que el lenguaje individual de cada cristiano en el tejido social, y el lenguaje público de la Iglesia en los medios, explique esta presencia definitiva del amor de Dios como vida… luz… paz… serenidad… alternativa… ternura… tiempo presente que construye el futuro.

La pobreza luminosa de la “cueva de Belén” es una anticipación simbólica de la pobreza de la “cueva del Sepulcro” de Jesús. Cada Navidad se nos ofrece una vez más la oportunidad de ser testigos de la alegría de la “cueva de la Resurrección” de Jesucristo. Efectivamente, esta Navidad, a cada mujer, a cada hombre y a toda la Iglesia se nos ofrece la ternura de Dios entregada en Jesús y sellada en el Espíritu, que nos acompaña y acompañará siempre en el camino de la vida.

La pregunta es: ¿Nos apuntamos a ser “cueva de Belén” en medio de la sociedad contemporánea?

Cada uno de nosotros, y la Iglesia, tenemos la llave de la propia vida y podemos abrir la puerta a la ternura de Dios y a las expectativas de las mujeres y hombres que caminan con nosotros.
Tenemos futuro, justamente, porque tenemos presente. ¡Feliz Navidad!

En el nº 2.688 de Vida Nueva.

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