“¿Somos todos Miguel?”

(José Moreno Losada– Capellán  universitario, Badajoz ) El padre de Marta del Castillo se ha entrevistado con el presidente del Gobierno para pedirle la instauración de la cadena perpetua. La madre de Marta pide que la cárcel y todos los días de sus vidas sean un infierno para los culpables. El grito de la sociedad en su conjunto está siendo “todos somos Marta”; lo somos una vez que  ha sido asesinada; yo me pregunto si lo éramos antes de que esto ocurriera. Me explico: no soy psicólogo, soy sacerdote y llevo dedicado al trabajo con jóvenes veinticinco años, y me preocupa enormemente lo que se refiere a la construcción de la persona en nuestra sociedad. El ser humano tiene necesidades fundamentales en tres niveles: materiales, socio-afectivas-culturales, y espirituales; los adolescentes y jóvenes están ávidos de llenarlas, pero muchas veces construimos personas unidimensionales y respondemos y llenamos los vacíos con consumo y placer, quedando al margen un cuidado afectivo equilibrado, un desarrollo de las capacidades de relación y culturales, y mucho más la dimensión espiritual. 

Muchas veces siento una preocupación tremenda cuando observo el mundo juvenil y cómo les educamos para llenar sus necesidades unidireccionalmente. En estos días, he contrastado cómo, por un lado, estaban los jóvenes voluntarios que con alegría empujaban las sillas de los jóvenes de Aspaceba en el desfile del carnaval, al igual que la noche anterior veía jóvenes, adolescentes y, en algunos casos, incluso niños, destrozados por el alcohol por las calles de Badajoz ante la indiferencia de todos. También tiemblo cuando paso junto al Centro ‘Marcelo Nessi’ y pienso si creemos de verdad que los jóvenes que lo habitan pueden transformarse o están destinados, sin remedio, al módulo de jóvenes en nuestras cárceles. En la universidad descubro que no llega ningún alumno de la clase social que corresponde al nivel de pobreza grave y severa. ¿Serán todos culpables de su fracaso escolar? En la reflexión llega un momento en que tengo que preguntarme: ¿dónde estaba yo y toda la sociedad en la construcción de la persona de Miguel cuando era niño, adolescente y en sus comienzos juveniles? ¿Quién ha respondido y le ha ayudado a llenar sus necesidades afectivas, sociales, culturales y espirituales? Quizá sólo se sintió verdaderamente amado por Marta y no supo aceptar la vida de ella sin él, fracasado en su relación… No lo sé y tampoco sé cómo habrán sido su infancia, su familia, sus relaciones, su currículum escolar, su educación moral y de conciencia, el sentido trascendente de su existencia y la alteridad humana… Son tantas preguntas las que me surgen interiormente que entro en silencio, contemplo su persona y me imagino aquella escena evangélica en la que está una prostituta que todos quieren apedrear delante de Jesús de Nazaret y éste lanza aquella sentencia: “El que esté libre de pecado que le tire la primera piedra”, y  yo no tengo fuerza ni razones para tirársela a Miguel. 

Ayer, tras la misa en la que pedimos por Miguel y todos los que están en las cárceles, se acercó una mujer mayor muy sencilla y me dijo que lleva muchos días pidiendo a Dios que estos muchachos encuentren en la cárcel profesionales y voluntarios que les ayuden a reconstruir sus personas y poder reinsertarse con un corazón nuevo en la sociedad. Yo también pido y deseo que este joven Miguel pueda ser un día uno de esos jóvenes alegres que empujaban las sillas de los discapacitados en el desfile del carnaval. He visto a alcohólicos y drogodependientes rehabilitados que ayudaban con sus experiencias a los que están en esa situación que ellos cambiaron y en eso encuentran la alegría, porque tienen cubiertas sus necesidades profundas en el amor a los demás; yo prefiero eso a la cadena perpetua y me uno a la mujer sencilla que no quería la cadena perpetua, porque ella había sido voluntaria en la cárcel de Sevilla y piensa que la cárcel sólo tiene sentido para reinsertar. Está claro que mi voto es ‘no’ en ese posible referéndum y me quemaré las cejas para seguir trabajando con los jóvenes de mi sociedad.

En el nº 2.653 de Vida Nueva.

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