+ AMADEO RODRÍGUEZ MAGRO | Obispo de Plasencia
“Al leer hoy el Concilio nos estamos situando en el presente de nuestra identidad y misión eclesial…”.
Ya a finales de los años 80 del pasado siglo, cuando les hablaba del Concilio Vaticano II a mis alumnos de magisterio, me daba cuenta de que para ellos, por su edad, era un acontecimiento del pasado. Eso me obligaba a contarles el Concilio sin dar por supuesto todo lo que para mí, que tuve la oportunidad de seguirlo, era obvio. Les mostraba que no era algo pasado sino que, por el contrario, entonces estábamos aún aplicando lo que el Vaticano II nos había mostrado sobre el misterio de la Iglesia.
Inevitablemente, se hacía necesario un repaso tanto histórico como de los contenidos fundamentales del Concilio. En definitiva, había que hacer el esfuerzo de revivir y reavivar la aportación del Vaticano II dentro de la rica y permanente tradición de la Iglesia.
Lo mismo hemos de hacer hoy los católicos: integrar cada hito de la vida de la Iglesia en su itinerario ya casi por dos veces milenario. Cada presente de la vida eclesial se ha de vivir con pasión, pero siempre recordando con gratitud el pasado y abiertos con confianza al futuro, como recordaba el beato Juan Pablo II en Novo Millennio Ineunte.
Pero cada época tiene una “brújula” por la que guiarse y, para la nuestra, esta es el Vaticano II, como dice Benedicto XVI en Porta fidei. De hecho, al leer hoy el Concilio nos estamos situando en el presente de nuestra identidad y misión eclesial.
Y para eso sobra la actitud de los nostálgicos: los que vivieron el Concilio, quizás con buena voluntad, pero con precipitación, parcialidad y poca hondura, y aún siguen pensando que su hermenéutica de ruptura con la rica herencia del pasado es la correcta.
Son nostálgicos también los que pretenden hacernos creer que al Espíritu Santo se le paró el reloj de su capacidad de iniciativa y le niegan continuidad a la tradición viva de la Iglesia más allá de sus límites mentales; por cierto, bastante anquilosados. Ambos cierran la puerta del futuro, que no puede prescindir del Concilio como hilo conductor del progreso en la vida y la misión de la Iglesia. .
En el nº 2.811 de Vida Nueva.