CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“Ya lo sabe. Si el póster es ofensivo a los sentimientos religiosos, cámbielo. No por miedo a revanchismos, sino por respeto a las personas y a su forma de pensar”.
No hubo más remedio que cambiar el nombre. Las amenazas se sucedían y era mejor evitar males mayores. De ninguna manera se podía consentir que una discoteca se llamara “La Meca”, el lugar más santo para el islam. Si se tuvieran que clausurar todos aquellos locales, algunos de más que dudosa moralidad, con nombres religiosos, iba a parecer que nuestras ciudades habían sufrido un pequeño bombardeo. Nombres muy queridos para los cristianos para salas de fiesta, discotecas y para cuanto ustedes imaginen.
Esto suscita una primera cuestión: el respeto a las creencias y los sentimientos religiosos. No digo yo que siempre que se pongan nombres religiosos a esos locales sea para burlarse de lo religioso, pero, en muchas ocasiones, existe un afán de ridiculizar la creencia, sobre todo cristiana, que es evidente.
Tanto como se habla de los símbolos religiosos y de su desaparición en la esfera pública y qué poco se atiende a quitar letreros y cartelería del peor gusto y rechifla de lo religioso. Guerra a los símbolos religiosos. Ahora bien, de los que puedan incordiar a los creyentes, cuantos quieran… Eso se llama, en el mejor de los casos, cualquier cosa menos ecuanimidad.
Hablamos, pero más bien con la boquita pequeña, de integración y de diálogo. Posiblemente, ni unos ni otros se lo creen del todo, pues ni se tiene interés en integrarse, ni en entrar en un diálogo ni social ni cultural, ni mucho menos religioso.
También, en todo esto, existen una serie de actitudes que provienen de la ignorancia y del prejuicio. No son pocos los que piensan que la integración supone una claudicación de la propia idiosincrasia y el sometimiento a una cultura nueva, y que el diálogo es una forma larvada de proselitismo y captación religiosa.
Los prejuicios son tantos como la generalización de hechos contrarios a un buen entendimiento de una convivencia, no solo pacífica en un sentido negativo de no crear rencillas y problemas, sino de una eficaz colaboración en asuntos que afectan al bien común, tales como pueden ser los de la participación ciudadana, la educación, la familia, el trabajo…
El diálogo interreligioso tiene, como base fundamental, el respeto recíproco a las propias creencias y aceptar al otro como persona que, sinceramente, busca a Dios y que trata de ser coherente con lo que su fe le exige, en la conducta personal y social del día a día. Cada uno ofrece lo que cree y en lo que vive. Sin imposiciones ni prepotencias. Pero tan ilegítimo es el proselitismo abusivo como la negación de la propia identidad religiosa.
Así que ya lo sabe. Si el póster es ofensivo a los sentimientos religiosos, cámbielo. No por miedo a revanchismos, sino por respeto a las personas y a su forma de pensar.
Decía Benedicto XVI que “hay acontecimientos que deben impulsarnos a reforzar los vínculos que nos unen para que crezcan cada vez más la comprensión, el respeto y la acogida” (A la Comunidad Judía de Roma, 17-1-2010).
En el nº 2.754 de Vida Nueva