¿A dónde va Venezuela?, por Baltazar Porras [extracto]
BALTAZAR PORRAS CARDOZO, arzobispo de Mérida (Venezuela) | Hace quince años, al llegar Hugo Chávez al poder en Venezuela, mucha gente creyó que se iniciaba un nuevo período en el que se corregirían los errores del pasado. Todo ha quedado en ilusiones y promesas. El régimen imperante lo que buscó, desde un comienzo, fue el diseño de un modelo parecido al de Cuba. El populismo, unido a la arbitrariedad en el manejo de todos los poderes, ha acrecentado los problemas, entre ellos, la exclusión. Solo hay cabida para quienes aceptan, sin más, las propuestas del régimen.
La muerte de Chávez, en marzo del pasado año, ha agravado los problemas. Lo que podía esperarse, una apertura y un entendimiento mínimo con la dirigencia política y social, no se ha dado. Se habla de un diálogo que no es otra cosa sino el aceptar sin más lo que el Gobierno propone. El despilfarro y la corrupción han dilapidado las mayores entradas de divisas en toda la historia del país. Cada día crecen los controles y la escasez se enseñorea. Los artículos de primera necesidad, y en general cualquier bien, no se encuentran; y si los hay, tienen precios inalcanzables para la mayoría.
A esto se suma el deterioro de la convivencia, pues la represión y la falta de respeto a los derechos humanos –la vida y su integridad– van en aumento. Las presiones sobre los medios de comunicación llegan a niveles intolerables. No se otorgan divisas para la compra de papel y otros insumos a los diarios y revistas. La televisión y la radio casi no informan de lo que sucede, porque las amenazas de cierre o multa están a la orden del día. Solo los medios oficiales ofrecen su versión, y las “cadenas”, transmisiones gratuitas y obligatorias, se multiplican. Quedan las redes sociales como única vía para estar medianamente informados.
Nunca mejor que ahora se comprueba que,
cuando privan la ideología y el fanatismo,
no tiene cabida ninguna concesión a la vida
y los derechos humanos.
El descontento social crece. Los acontecimientos del mes de febrero, en torno al Día de la Juventud, el miércoles 12, han sido un detonante. Se acusa a los estudiantes de desestabilizadores, propulsores de un golpe de Estado, de estar bajo las órdenes y el financiamiento del imperio. Son consignas repetidas por los voceros gubernamentales, lejanos y ajenos a la realidad. Nunca mejor que ahora se comprueba que, cuando privan la ideología y el fanatismo, no tiene cabida ninguna concesión a la vida y los derechos humanos. El poder se constituye en el centro, bajo cuyo prisma se debe medir todo.
No se salva ninguna institucion. La Iglesia a todos los niveles es acusada o vista como enemiga del régimen. Desde siempre, la jerarquía católica ha abogado por la necesidad del diálogo y de la reconciliación. Se han tendido puentes, se ha alertado a través de exhortaciones y comunicados a la población de la necesidad de superar los escollos para que la violencia no aumente ni sea la única forma de entendimiento.
Ataques a la Iglesia
El asesinato de dos ancianos salesianos, masacrados de forma inmisericorde, y las heridas a un sacerdote de Maracaibo no pueden verse como hechos aislados y desligados de la siembra de odio y muerte. Han herido los sentimientos más profundos declaraciones confusas del oficialismo dejando entrever motivos reñidos con la moral. La ética revolucionaria aprueba todo aquello que le dé la razón al poder.
El Episcopado y diversas instancias eclesiales, al igual que las ONG de derechos humanos y varios organismos privados, vienen alertando del camino errado que ha tomado el Gobierno del presidente Nicolás Maduro. No se ve en el horizonte que haya una voluntad clara de corregir errores. Por el contrario, las amenazas verbales y con hechos aumentan. Se criminaliza toda conducta que no satisfaga los intereses del Gobierno.
Ser conscientes de que estamos en una encrucijada que solo se supera con sensatez y cordura, con amplitud y respeto, con aceptación del otro y con consensos minimos, es el único camino para evitar que la violencia siga siendo el rasero que se lleve por delante la paz y la tranquilidad de los venezolanos. A todos nuestros lectores pedimos su comprensión y oración por esta hora menguada que atraviesa nuestra patria.
En el nº 2.884 de Vida Nueva.