MARÍA GÓMEZ, redactora de Vida Nueva |
Me dicen algunos que si mi fe es demasiado débil o infantil, o que si me dejo impresionar por que el Papa haya escogido el nombre de Francisco, cuando los Píos y los Benedictos han sido tan buenos pastores y han hablado y hecho tanto por la pobreza como el que más. Si me llama la atención que Bergoglio haya decidido dejarse los zapatos negros, me reprochan que me pierdo en los detalles; y si aplaudo que vaya en autobús o que pague su estancia en una residencia, o si me alegro de que le haya dicho al cardenal Law (arzobispo emérito de Boston, acusado de encubrir a sacerdotes pederastas) que no vuelva por la basílica de Santa María la Mayor, me advierten: “Ojo con los gestos populistas”.
Puede que tengan razón. Hay católicos con una fe tan fuerte que no necesitan cuestionársela, o que la enraízan de tal manera que resiste viento y marea.
Sé que la fe tiene que ser en Jesús de Nazaret
y que no debería necesitar más para encontrar la esperanza,
y pensar en ello reconforta mis debilidades.
Pero ayuda bastante que su vicario en la tierra
sea alguien tan cercano y tan humano.
Sé que la fe tiene que ser en Jesús de Nazaret y que no debería necesitar más para encontrar la esperanza, y pensar en ello reconforta mis debilidades. Pero ayuda bastante que su vicario en la tierra sea alguien tan cercano y tan humano que saluda a los fieles uno por uno a la salida de misa en una parroquia, que viste casi, casi como un sacerdote de a pie y que abraza y besa con tanta naturalidad… Con esto no desmerezco a sus antecesores, y que haya gente que lo interprete así me hace pensar si quizá en la Iglesia estamos más divididos de lo que admitimos.
De Francisco espero que no se le apague la chispa: la que ha avivado la esperanza de muchos católicos que a veces nos perdemos en los detalles, y la de muchos alejados y/o no creyentes que hoy miran al Vaticano con menos desconfianza.
Recupero su intervención que más me ha llegado al corazón; el 16 de marzo, ante casi 6.000 periodistas: “Os he dicho que os bendecía, pero sé que muchos de vosotros no pertenecéis a la Iglesia o no sois creyentes. De corazón, doy esta bendición en silencio a cada uno de vosotros, respetando la conciencia de cada uno, pero sabiendo que cada uno de vosotros es hijo de Dios”.
Me niego a que el mundo se divida en dos clases de personas, las que creen y las que no, y me encanta que el Papa lo sepa y nos una con tanto respeto.
En el nº 2.841 de Vida Nueva.