A mí también me resucita Dios

A mí también me resucita Dios

Mari Patxi Ayerra. Madre de familia, animadora de grupos y escritoraMARI PATXI AYERRA | Madre de familia, animadora de grupos y escritora

Tengo muchas veces la experiencia de ser resucitada, de salir de las pequeñas muertes cotidianas o malos momentos, porque, cuando las vivo con Dios, las supero y dejan de hacerme daño. Él me resucita cada día, o me llena de vida, de nuevo.

Ultimamente he vivido una experiencia de resurrección más fuerte, han tenido que quitarme un tumor cerebral y la operación me ha dejado con la cabeza casi “vacía”. Y he tenido que hacer una dura rehabilitación, de mente y cuerpo. Yo tenía un tono vital alto, incluso excesivamente rápido, según algunos, y, de pronto, con esta avería, parece que me han dejado con el freno echado. Ahora me cuesta andar y busco en todo el mínimo esfuerzo.

No puedo con la casa, con los transbordos del transporte, con ir en el metro de pie, con leer mucho rato, pues se me olvida lo anterior; con mantener conversaciones largas, pues mi atención también ha disminuido y escucho aún menos que antes… Podría contar un montón de pequeñas muertes que he sufrido en mi vivir cotidiano, que hacen que no me presten los nietos, que venga menos gente a comer a casa, que no tenga tanta capacidad para poner ejemplos en una charla, que desconfíen los de alrededor de mí y de mi responsabilidad… Me notan dispersa y yo me noto huidiza, extraña y reducida. Hago todos
los esfuerzos posibles para estar a la altura, pero la realidad es que por dentro me estoy regañando porque no llego, no atiendo, no puedo y me canso…

Pero mi resurrección vino cuando me dieron el alta en la rehabilitación y ya no tuve que ir dos horas diarias a hacer ejercicios intelectuales.

No soportaba las horas que pasé haciendo sudokus, tortura china que aborrezco y que aún me pone los pelos de punta… Me apunté a unas clases de conducción y volví a coger mi coche, lo que me daba una sensación de libertad y autonomía infinita, que parecía que nunca más iba a recuperar. Volví a animar un grupo de oración, a dar alguna charla pequeña y, aunque estaba menos ágil en los ejemplos, los demás me decían que seguía teniendo un mensaje claro que decir y sabía decirlo casi como antes. De nuevo me hice cargo de la casa, que había descansado toda entera en mi pobre marido, que se dio la paliza padre al ser mi enfermero, mi guardián, mi ayuda de cámara, mi cocinero y mi chófer. Aparentemente, lo hago todo y casi vuelvo a ser la de antes…

Pues fue mi resurrección el volver a la vida casi normal, el sentir que puedo ir a los sitios sola, de nuevo. Estos años tenía que ir siempre con un canguro, que casi siempre era mi marido. Y volví a salir de la muerte del no ser, del no estar, del no saber… y me sentí fuerte y, como durante toda la enfermedad, fortalecida por ese Dios que no me deja de la mano y que cuida de mí y de los míos, sin descansar ni un momento. Ya mi resurrección completa será aceptar mis mermas con naturalidad y ponerme en sus manos con más frecuencia, para descansar en Él y no sufrir.

En el nº 2.936 de Vida Nueva

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