(Juan Masiá Clavel, SJ- Teólogo)
“En Japón no se concibe la misa sin participar en la Eucaristía. Por otra parte, es corriente la presencia de personas no católicas (…) ‘Quienes vayan a comulgar, dice el monitor, abran las manos para recibir la Eucaristía. Quienes deseen una bendición pueden acercarse en la misma hilera, aunque no sean personas bautizadas, y solicitarla con las manos juntas'”
Unas personas comulgaban y otras eran bendecidas. Unas extendían las manos para recibir el pan de vida y otras las juntaban e inclinaban la cabeza. La escena sorprendió a los turistas españoles en Japón. Entraron a mitad de la misa y tomaron fotos desde el último banco. Admiraban la compostura nipona
y el ritmo pausado de la liturgia. Pero les extrañó la fila ordenada para la comunión. Desde los primeros bancos a los últimos, todo el mundo iba al altar, aunque no comulgasen.
En Japón no se concibe la misa sin participar en la Eucaristía. Por otra parte, es corriente la presencia de personas no católicas (de otra confesionalidad, de otra religión, o de ninguna); se sentirían excluidas quedándose en el banco mientras el resto comulga. Una fórmula cuidadosa lo resuelve: “Quienes vayan a comulgar, dice el monitor, abran las manos para recibir la Eucaristía. Quienes deseen una bendición pueden acercarse en la misma hilera, aunque no sean personas bautizadas, y solicitarla con las manos juntas”.
Por contraste, a los turistas católicos japoneses en Madrid les extrañaba una iglesia en que sólo comulgaba una minoría: “¿Es habitual asistir sin participar?”, me preguntaron, y me vi en apuros al responder: “En mi país perdura la educación religiosa anticuada: exageraciones sobre la confesión antes de la comunión, malentendidos sobre sexualidad y contracepción, visión estrecha de la Eucaristía, asistencia rutinaria a misa por cumplir, predicaciones que, en vez de invitar, alejan…”.
El japonés que hizo la pregunta sonreía asintiendo, pero sin entender…