CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
No es fácil acercarse a los jóvenes, a su estilo y costumbres, a las ideas que bullen, quizás con poca claridad, en su cabeza. Existe también una especie de rechazo, subyacente y de principio, a cuanto pueda llegar desde las gentes que tienen años encima o, simplemente, una forma de vida más o menos organizada.
Como si de un curioso, ligth y nuevo anarquismo se tratara, más que de tirar tapias, se ignoran las que existen. Unas serán estructuras caducas, y más estorban que ayudan. Las que haya que reforzar, tenerlas en cuenta para aplicarse en el trabajo de la consolidación. Y sabiendo que la casa no se construye sin cimientos ni andamios. Unos, que queden bien asentados. Los otros, finalizado el trabajo, que no estorben.
Con más frecuencia de lo deseado, surge siempre la duda acerca de los parámetros en los que queremos situar a la juventud actual. ¿Nos estarán haciendo vislumbrar la llegada de una nueva época? ¿Qué ideas, que cultura, qué motivaciones, qué modos de hacer, qué ética, que creencias son las que nos quieren hacer ver? ¿Todo ello puede sonar a manejos y componendas para huir del compromiso, el definirse y, en definitiva, de la responsabilidad de ser coherente con unos principios bien asentados?
Se repite con machacona insistencia que los jóvenes se alejan de la fe, de la Iglesia, de la familia, de la propia cultura, de la historia, de principios y raíces que han urdido los entramados de la propia identidad… Y se suele llegar a la misma conclusión: no es que estén de vuelta de todo, sino que presumen de haberse liberado de cargas que no han acabado de llevar sobre sus hombros y creen estar a vueltas de todo. Mejor dicho, les estremece el pensar que pueden caer en aquello que consideran trabas y lastres que impidan la innovación, la novedad y el progreso.
Sin querer hacer hondos análisis sobre el momento de la juventud y concienzudos estudios de prospectiva, tiene uno la sospecha de que falta horizonte, que los programas son inconsistentes. Que sobran gritos y faltan silencios de reflexión. Que sin una buena preparación académica, política, técnica, empresarial, laboral, ética…, es imposible pensar en un futuro con suficientes garantías de bienestar para todos.
Y buen cuidado habrá que tener para no fabricar modelos de laboratorio, una especie de monstruos donde no haya esa armonía necesaria entre el corazón y la mente, los proyectos y las gentes, la ética y la justicia, la trascendencia del pensamiento y de las creencias.
De ninguna de las maneras nos sirve el triste lamento sobre lo que acontece y no gusta. Más que llorar, emprender. Y hacerlo en la confianza de las posibilidades que tiene la persona para construir ese tiempo de justicia, de paz y de bienestar que deseamos para todos. Imprescindible la mano de Dios. Y tratando de juntarla con la de todos los hombres y mujeres del mundo.
En el nº 2.951 de Vida Nueva