Acuerdos

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“No son privilegios, sino obligaciones. Y los beneficiarios, los ciudadanos españoles, sean o no católicos…”

Resuena con la fuerza de un imprescindible grito de guerra en los manifiestos y programas de algunos grupos sociales y políticos: ¡denunciar los acuerdos! Los del Estado español y la Santa Sede. Es copla que se repite una y otra vez. Resulta cansino, populista y decepcionante para la sociedad en general que, ante tantas situaciones de dificultad y desgarrones individuales y familiares, se ponga todo el énfasis en desgarrarse las vestiduras y no cesar hasta que se consiga quedarse más solos que la una en el concierto de las naciones.

La Santa Sede tiene relaciones diplomáticas con la mayoría de los países. Y con aquellos con los que no existen, suele haber algún tipo de negociado. España no es una excepción. El establecimiento de vínculos diplomáticos y acuerdos se lleva a cabo para que ambas instancias puedan cumplir mejor su responsabilidad por el bien común. Nadie quiere imponer al otro su forma de pensar y actuar, sino ofrecer una colaboración recíproca.

En cuanto a la Santa Sede, tiene relaciones diplomáticas y ha establecido algún tipo de intercambio con países en los que los católicos son una minoría casi inapreciable en la sociedad. No se trata de que los cristianos sean muchos o pocos, sino de ofrecerse para contribuir al bien de todos.

Los Acuerdos no son unos privilegios, sino unas garantías para el ejercicio de la libertad religiosa, la colaboración en los programas de acción social, de atención a los excluidos y marginados, a los inmigrantes…

En el caso de España, los Acuerdos se refieren a la educación, la acción social, el patrimonio artístico y cultural y a la atención religiosa a grupos particulares. No son privilegios, sino obligaciones. Y los beneficiarios, los ciudadanos españoles, sean o no católicos.

También se podía recordar que estamos en un Estado ciertamente aconfesional, sin una religión oficial, pero donde la mayoría de los ciudadanos son creyentes y, por lo menos, tendrían que ser escuchados antes de tomar decisiones que tanto les afectan, no solo en ellos, sino a toda la ciudadanía.

Esta cantinela de la derogación de relaciones y Acuerdos con la Santa Sede tiene resabios anticlericales y tufillo de un populismo a prueba de desconciertos. Si hay que reparar puentes, reforzar y repasar estructuras y buscar los instrumentos más adecuados para la comunicación, que se haga pronto y bien, pero sin cortar el diálogo encaminado al bien de toda la comunidad.

Que las relaciones entre las naciones se hayan de revisar, es lógico y necesario. Pero para mejorar, no para destruir y dejar sin amparo a tantas personas que necesitan de unas buenas relaciones recíprocas. La construcción de una casa necesita andamios, instrumentos y pactos. Juntos podemos hacer muchas obras en favor de la justicia y de la paz. Pues, si juntos podemos, acordemos.

En el nº 2.871 de Vida Nueva

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