(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)
Se rompe el silencio de la canción popular: “El Ebro guarda silencio, al pasar por el Pilar; la Virgen está dormida, no la quiere despertar”. El agua corre ruidosa a borbotones por Zaragoza, convertida en capital del agua unos meses. Habla con murmullo de muerte y de vida, porque el agua es cuna y tumba a la vez. El agua regenera, anegando, y sana, limpiando. La Exposición Universal de Zaragoza devuelve actualidad al agua. La Iglesia abre su pabellón con proyección de futuro. Esperamos que aún más que el extinto de la sevillana Expo-92. Un acierto que se haga con carácter didáctico. Ahí está su organigrama que muestra el agua como fuente de vida, una colección de obras de arte relacionadas con el agua y su papel en la historia de la Salvación y un espacio de carácter solidario para recordar cómo hay quienes tienen un acceso limitado a ella. Sumergidos en las aguas del bautismo entramos en la Iglesia y con agua asperjada en recuerdo del mismo bautismo salimos al encuentro del Señor en las exequias. Agua que limpia y purifica, símbolo de destrucción, sepultura del pecado. El agua y el Espíritu que se cernía sobre ella en el momento creador. El agua, elemento constituyente de la vida. Cuando falta, desespera y agrieta los campos y cuando cae en demasía, destruye. Agua en el Jordán y en el costado abierto del Señor, el mismo del que nace la Iglesia que, tomando el agua, la bendice y consagra y la derrama sobre personas y cosas. Agua con cadencia silenciosa en Zaragoza. La Iglesia –lo ha dicho el arzobispo Manuel Ureña– quiere aprovechar la ocasión de esta Exposición Universal para hacer que el agua baje a su molino y sea un momento evangelizador.
Publicado en el nº 2.614 de Vida Nueva (Del 24 al 30 de mayo de 2008).